Canta ¡oh lengua! con plácida armonía
el misterio del cuerpo glorioso,
y la Sangre que el Hijo de María,
fruto real de su vientre generoso,
y Rey del universo, ha redimido,
por redimir al mundo del pecado.
A nosotros se vio liberalmente,
naciendo de una madre peregrina.
A los hombres habló familiarmente,
dándoles salutífera doctrina,
y terminó con modo prodigioso
de su vida mortal el fin glorioso.
En la cena postrera que hacer quiso
con sus fieles discípulos amados,
después que plenamente satisfizo
a los legales ritos ordenados,
su propio cuerpo y con sus mismas manos
les dio por alimento a sus hermanos.
La Palabra o el Verbo, que carne era,
con su misma palabra hizo divino,
que el pan fuese su carne verdadera,
y que en su Sangre se mudara el vino.
Si el sentido resiste por grosero,
la fe le basta a un ánimo sincero.
Reverenciemos pues las luces puras
de este alto Sacramento e infinito,
y que de la ley antigua las figuras
cedan rendidas a este nuevo rito;
y que el obsequio de la fe perfecto
supla de los sentidos el defecto.
Cantemos, pues, con dulce melodía,
con religioso ardor y culto tierno,
gloria, alabanza, honor, fuerza, alegría,
al Padre soberano, al Hijo eterno,
y el mismo himno se cante reverente
al Espíritu de ambos procedente.
Amén.
V. Les disteis, Señor, el pan venido del cielo. Aleluya.
R. Que en sí contiene toda suerte de espirituales delicias.
ORACIÓN
Oh Dios, que en el admirable Sacramento nos dejaste la memoria de tu Pasión; concédenos, como te pedimos, que de tal manera veneremos los misterios de tu Cuerpo y Sangre, que perennemente sintamos en nosotros el fruto de tu redención; Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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