¡Oh Señora!, me has robado el corazón. Y yo te pregunto: ¿Dónde lo has puesto? ¿No lo habrás escondido en tu Corazón, por temor de que yo lo encuentre?
¡Oh, Robadora de corazones!, ¿cuándo me devolverás el mío? ¿Quieres quedarte con él para siempre?
Cuando yo te lo pido, Tú sonríes, y tu sonrisa me tranquiliza. Pero, vuelto en mí, si te lo vuelvo a pedir, me abrazas, ¡oh Dulcísima!
Entonces, embriagado de tu amor, ya no pienso en mi corazón, y no sé pedirte otra cosa que el tuyo.
Desde este momento mi corazón se encuentra tan embargado por tu Dulzura que te lo doy, para que Tú lo guíes y para que lo coloques en el Corazón de tu Hijo. Amén.
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