MEDITACIÓN LUNES III TIEMPO ORDINARIO A (P. Damián Ramírez)
Lectura del santo evangelio según san Marcos 5,1-20
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente:
«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes».
Porque Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu inmundo, sal de este hombre».
Y le preguntó:
«Cómo te llamas?».
Él respondió:
«Me llamo Legión, porque somos muchos».
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:
«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar. Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron.
Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.
«Espíritu inmundo, sal de este hombre» (Mc 5, 1-20)
Señor Jesús, a todos los que dan de comer a los conflictos, a los que han perdido el juicio y promueven la guerra, a los que la violencia les acompaña todo el tiempo, a los que son incapaces de pedir perdón y de hacer las paces, a todos ellos diles hoy "espíritu inmundo, sal de este hombre".
Señor Jesús, a los que abogan por acabar con todo: con lo más humano, con los que no tienen de nada, con los que según ellos sobran, con los descartados, con los que sobreviven a pesar de nuestra indiferencia... A los que no les importa la vida ni el derecho a vivir de todos, a todos ellos diles hoy "espíritu inmundo, sal de este hombre".
Señor Jesús, a los que insultan, a los que amenazan, a los que engañan a los demás con promesas que saben no pueden cumplir, a los que no respetan la fe de los demás, a los que les da igual el bien común y su cuidado, a los que maltratan, a los que ejercen su autoridad sin caridad, a los que dicen ser "elegidos por y para" y así justifican su manera antievangélica de proponer y vivir el Evangelio, a todos ellos diles hoy "espíritu inmundo, sal de este hombre".
Señor Jesús, sana nuestras heridas, reconcílianos con nuestras cicatrices, que nada ni nadie nos haga inmundos y poseídos por el mal.
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