Como una rosa lánguida y ajada,
de pétalos marchitos y agostados,
así te vieron, tristes y apenados,
mis ojos, en los tuyos la mirada.
Serena, dulce, pálida y callada,
tus labios a los míos asomados,
apenas si besaban, fatigados,
después de aquella sangre derramada.
Niña de mi canción, mujer amada:
la sangre que perdiste yo sumiera
del cáliz de tu cuerpo, consagrada,
y así, dentro de mí, mujer soñada,
besarte cada vez que te sintiera
llenar mi corazón, enamorada.
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