martes, 26 de julio de 2022

EL TRIGO Y LA CIZAÑA (PARÁBOLA DE JESÚS)

"... El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo..." (San Mateo, cap. XIII).
 

Los prosélitos de Jesús reconocieron desde un principio la perfección absoluta de su Maestro. Viéndole como hombre, nadie podía igualarse a Él en belleza varonil, augusta y noble. Viéndole sabio, nadie podía aventajarle en ciencia. Viéndole Dios, era la perfección infinita...
Pero, sencillos o insensatos se preguntaban: ¿Por qué, pues que es Dios, no hizo al hombre también perfecto, ya que lo hizo a su semejanza y según su imagen? ¿Por qué ha de consentir que convivan en el mundo la virtud y el vicio? ¿Por qué tolera que murmuren de Él los sacerdotes del templo y los ancianos del Sanedrín? ¿Por qué permite que le hagan guerra los fariseos y los saduceos en la sinagoga y los gentiles en el Pretorio...?
Oyendo esto, narró Jesús:
"El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo. Mas se durmió y, aprovechando su sueño, vino su enemigo, plantó cizaña entre el trigo y después se fue. Y cuando el trigo creció y estaba ya en yerba y apuntaba la espiga, se descubrió la cizaña. Acudieron entonces los criados de aquel padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena simiente en tu campo? ¿Pues cómo tienes cizaña? Él respondió: Algún enemigo mío la habrá sembrado. Los criados replicaron: ¿Quieres que vayamos a cogerla? Y él les dijo: No hagáis eso, no sea que al arrancar la cizaña arranquéis el trigo juntamente con ella. Dejad crecer uno y otra hasta la siega, que al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Coged primero la cizaña y haced con ella gavillas para el fuego, y meted después el trigo en el granero...".



Jesús admite, pues, la mezcla de la virtud y del vicio, pero se reserva la selección. Su doctrina no premia desde luego la primera sin dejar que se acrisole, ni castiga el segundo sin dejar que pueda arrepentirse. Su propia virtud, con ser del cielo, fue acrisolada con las ofertas de Luzbel. María de Magdala pasó de los espasmos repugnantes del meretricio a los dulcísimos coloquios celestiales. Si todo el mundo fuera bueno, ¿qué razón de existir tendría la humanización de Jesús? Y aun cuando la bondad unánime hubiese provenido de las predicaciones del Maestro, ¿cómo contrastar los verdaderos valores? Los modernos afanes igualitarios se esfuerzan inútilmente en nivelar la sociología universal. Por eso, quizá, quieren cortar las cabezas más altas. Jesús, el igualitario por excelencia, no pensó nunca acometer semejante empresa. Su potencialidad creadora, que es infinita, pudo hacer iguales todos los cuerpos, todos los corazones y todos los espíritus. Pero entonces el mundo no hubiera sido bello ni atrayente. La belleza y los atractivos del mundo están precisamente en la diversidad de los cuerpos, de los corazones y de los espíritus, como la de los bosques está en la diferencia de los árboles y de las flores. Quien tratare de que su bosque fuera todo de los mismos árboles, aun siendo los más hermosos, o que su jardín lo formaran las mismas flores, aun siendo las más fragantes y mejor pintadas, solo conseguiría que su bosque y su jardín tuviesen una monótona homogeneidad triste y desoladora.
Así el mundo es un gran bosque o un inmenso jardín. Nada se conseguiría con cortar los árboles o las flores a una misma altura. El cedro volvería a crecer hasta las nubes, mientras el olivo seguiría arrastrándose por la tierra. La rosa siempre sería más alta que la margarita...

De "Parábolas y milagros de Jesús" (La novela corta, Madrid 1920)

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