Según las actas conservadas, Santa Rufina y Santa Segunda eran dos hermanas cristianas oriundas de Roma, hijas de Aurelia y Asterio, hombre de rango senatorial que las prometió a dos jóvenes también cristianos, Armentario y Verino. Cuando el emperador Valeriano promulgó en 257 el primero de sus dos edictos contra el cristianismo, ambos hombres renegaron de su fe y trataron de convencer a las hermanas de seguir su ejemplo, pero ambas se negaron y optaron por huir. Denunciadas por sus antiguos prometidos, Rufina y Segunda fueron capturadas por los hombres de Arcesilao. no muy lejos de la ciudad, y conducidas ante el prefecto Junio Donato, quien ordenó encarcelarlas en celdas separadas con el fin de hacerlas apostatar. Al tercer día, el prefecto habló con Rufina y trató de convencerla, sin éxito, de renegar de Cristo, tras lo cual ordenó azotarla y traer a Segunda para ser testigo del tormento de su hermana. Esta, indignada al ver el suplicio al que era sometida Rufina, declaró: «¿Por qué juzgáis a mi hermana por honrar y a mí por deshonrar? Alegraos de golpearnos a las dos juntas, porque declaramos que Cristo es Dios». El prefecto ordenó entonces que ambas fuesen encerradas en una oscura celda y que en ella se levantase humo de estiércol, aunque el humo terminó despidiendo olor a ámbar, mientras que la oscuridad de la celda se volvió claridad. Debido a su negativa a apostatar, las hermanas fueron entonces sometidas a diversos tormentos; en primer lugar fueron introducidas en una tina llena de óleo y quemadas durante dos horas, no sufriendo daño alguno; seguidamente, el prefecto ordenó que a las mártires se les atasen pesadas piedras al cuello y fuesen a continuación arrojadas al Tíber, en cuyas aguas las hermanas permanecieron media hora sin hundirse hasta que las olas las devolvieron a la orilla con la ropa completamente seca (también se afirma que un ángel las liberó y las condujo a la orilla). Tras ser sometidas a estos suplicios, el prefecto, dudando si eran hechiceras o santas, las entregó de nuevo a Arcesilao para que él mismo decidiese si eran ejecutadas o puestas en libertad, siendo las hermanas condenadas a morir decapitadas. Conducidas el 10 de julio de 257 por el propio Arcesilao a un bosque llamado Silva Nigra (Bosque Negro), a lo largo de la Via Cornelia, las mártires fueron decapitadas, aunque también se afirma que solo Rufina murió de esta forma, mientras que Segunda habría sido golpeada hasta la muerte, siendo sus cuerpos abandonados para que sirviesen de alimento a los lobos, aunque una matrona llamada Plautilla, dueña de las tierras donde ambas murieron, les dio sepultura y se convirtió al cristianismo tras ver a las hermanas en un sueño, en el cual ambas le indicaron el lugar del martirio además de instarla a convertirse.
ORACIÓN
Padre nuestro del cielo, que hoy nos alegras con la fiesta de las santas Rufina y Segunda, concédenos la ayuda de sus méritos a los que hemos sido iluminados por el ejemplo de su virginidad y de su martirio. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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