domingo, 10 de julio de 2022

MARTIRIO DE SANTA FELICITAS Y SUS SIETE HIJOS

Felicitas era una noble cristiana que se había consagrado a Dios en su viudez y vivía dedicada a la oración y las obras de caridad. Su ejemplo y el de su familia convirtió a numerosos idólatras a la fe. Ello enfureció a los sacerdotes paganos, quienes se quejaron al emperador Antonino Pío de que las numerosas conversiones que obraba Felicitas provocarían la cólera de los dioses y, como consecuencia, la ciudad y todo el país, sufriría terrible desolación. El emperador dejó el asunto en manos de Publio, prefecto de Roma, quien mandó que la santa y sus hijos compareciesen ante él. Tomó aparte a Felicitas y trató por todos los medios de inducirla a ofrecer sacrificios a los dioses para no verse obligado a imponer un castigo a ella y a sus hijos. Pero la santa respondió: «No trates de atemorizarme con tus amenazas ni de ganarme con tus halagos, porque el Espíritu de Dios, que habita en mí, no permitirá que me venzas, sino que me sacará victoriosa de todos tus ataques». Publio replicó: «¡Infeliz de ti! ¡Si lo que quieres es morir, muere en buena hora pero no mates a tus hijos!» «Mis hijos -respondió Felicitas- vivirán eternamente si permanecen fieles a la fe, pero si ofrecen sacrificios a los ídolos, les espera la muerte eterna». Al día siguiente, el prefecto mandó llamar de nuevo a Felicitas y sus hijos y dijo a ésta: «Apiádate de tus hijos, Felicitas, pues están en la flor de la juventud». La santa replicó: «Tu piedad es impía y tus palabras crueles». En seguida, se volvió hacia sus hijos y les dijo: «Hijos míos, levantad los ojos al cielo, donde os esperan Jesucristo y sus santos. Permaneced fieles a su amor y luchad valientemente por vuestras almas». Publio montó en cólera al oír aquello y replicó airadamente: «Es una insolencia que hables así a tus hijos en mi presencia, tanto como tu desobediencia a las órdenes del soberano, por lo tanto serás castigada». A continuación, mandó que la azotaran. El prefecto llamó entonces, por separado, a cada uno de los jóvenes y trató de conseguir, con promesas y amenazas, que adorasen a los dioses. Como todos se negasen a ello, ordenó que los azotaran y los encerraran en un calabozo. El prefecto informó del caso al emperador, el cual mandó que fuesen juzgados por jueces diferentes y condenados a diversos géneros de muerte. Jenaro murió destrozado por los látigos; Félix y Felipe perecieron a golpes de mazo; Silvano fue arrojado al Tíber; Alejandro, Vidal y Marcial alcanzaron la corona por la espada. También la madre fue decapitada, después de haber visto morir a sus hijos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario