martes, 4 de octubre de 2022

DEBEMOS CONFIAR EN SALVARNOS AUNQUE PEQUEMOS

Aunque no seas como deberías ser, no debes desesperar. Ya es bastante malo el que hayas pecado; ¿por qué, además, haces a Dios erróneo considerándole en tu ignorancia tan impotente? ¿Es Él, quien por amor creó el gran universo que contemplas, incapaz de salvar tu alma? Pues si afirmas este hecho, así como su encarnación, solo haces peor tu condenación. Por lo tanto, arrepiéntete, y Él recibirá tu arrepentimiento, como aceptó el del hijo pródigo (Lucas 15:20), y el de la pecadora (Lucas 7:37-50). Pero si el arrepentimiento es demasiado para ti, y pecas habitualmente, incluso cuando no quieres, muestra humildad al igual que el publicano (Lucas 18:13): esto es suficiente para asegurar tu salvación. Y de igual modo, el que peca sin arrepentirse, puesto que no desespera, debe considerarse como la peor de las criaturas, y no se atreverá nadie a juzgarlo o censurarlo. Más bien, se maravillará de la compasión de Dios, y estará lleno de gratitud hacia su Benefactor, y así podrá recibir muchas otras bendiciones. Incluso si está sometido al maligno por el cual peca, aún así, en el temor de Dios, desobedece al enemigo cuando este último intenta hacerlo desesperar. A causa de esto tiene su porción en Dios; pues es agradecido, da gracias, es paciente, teme a Dios y no juzga para que no sea juzgado. Todas estas son cualidades cruciales. Es lo mismo que dice San Juan Crisóstomo sobre la Gehena: es casi de mayor beneficio para nosotros que el reino de los cielos, ya que a causa de esto muchos entran en el Reino de los cielos, mientras que pocos entran por el bien del mismo cielo; y si entran en él, esto es en virtud de la compasión de Dios. La Gehena nos persigue con temor; el reino nos abraza con amor, y con ambos somos salvados por la gracia de Dios (Homilía sobre la 1ª Carta de Timoteo, cap 15:3)

Pues si los que son atacados por muchas pasiones del alma y del cuerpo, lo soportan todo pacientemente, no descuidando renunciar a su libre voluntad, y no desesperando, entonces serán salvados. De forma similar, el que ha alcanzado el estado libre de la pasión, de la libertad del temor, y de la ligereza del corazón, rápidamente cae si no confiesa continuamente la gracia de Dios, no juzgando a nadie. En efecto, si se atreve a juzgar a alguien, hace evidente que, habiendo adquirido la riqueza, ha confiado en su propia fuerza, como testifica san Máximo. San Juan Damasceno dice que si alguien, aun sujeto a las pasiones y  aun privado del conocimiento espiritual, es puesto a cargo de alguien, este está en gran peligro; y también la persona que ha recibido el desapego y el conocimiento espiritual de Dios pero no ayuda a su prójimo.

Nada beneficia tanto al débil como el alejamiento al silencio, o al hombre sujeto a las pasiones y sin conocimiento espiritual, como la obediencia combinada con el retiro. Ni hay nada mejor como reconocer la propia debilidad e ignorancia, ni nada peor que no reconocerlas. Ninguna pasión es tan detestable como el orgullo, o tan ridícula como la avaricia, “Pues es la raíz de todos los males” (1ª Timoteo 6:10): pues aquellos que con gran trabajo encuentran plata, y la esconden de nuevo en la tierra, permanecen sin beneficio. Esto es por lo que el Señor dice: “No os amontonéis tesoros en la tierra” (Mateo 6:19), y otra vez: “Porque allí donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón” (Mateo 6:21). Pues la inteligencia del hombre es arrastrada por la nostalgia de las cosas en las que se ocupa habitualmente, ya sean cosas terrenales, o pasiones, o bendiciones celestiales y eternas. Como dice San Basilio el Grande, ‘un hábito persistente adquiere toda la fuerza de la naturaleza’. 

Una persona débil debe prestar atención, sobre todo, a las inspiraciones de su conciencia, para que pueda liberar su alma de toda condenación. De lo contrario, al final de su vida se arrepentirá en vano y llorará eternamente. Aquel que no pueda soportar, por amor a Cristo, una muerte física como la de Cristo, debería, al menos, soportar una muerte espiritual. Así, será un mártir con respecto a su conciencia, no sometiéndose a los demonios que lo asedian, o a sus propósitos, sino que los vencerá, como hicieron los santos mártires y los santos padres. Los primeros fueron martirizados corporalmente, los últimos espiritualmente. Forzándose uno a sí mismo, se puede derrotar al enemigo; por un leve descuido, cualquiera es cubierto de oscuridad y es destruido. 

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