"¡Ay de vosotros!" (Lc 11,47-54)
Señor Jesús, ay de nosotros cuando olvidamos que no estamos solos, cuando nos comportamos como si los demás no necesitaran nada, como si tuviéramos que ser siempre el centro de atención, cuando no buscamos tu mirada y no nos importa saber qué quieres de nosotros.
Señor Jesús, ay de nosotros cuando nos creemos invencibles, cuando creemos que con nuestras solas fuerzas podemos con todo, cuando olvidamos que sin ti no podemos, cuando nos alejamos de Ti por nuestra falta de coherencia y buscamos atajos para hacer más cómodo el seguirte viviendo de rebajas.
Señor Jesús, ay de nosotros cuando no nos reconciliamos con nuestra propia historia, cuando nos avergüenzan nuestras heridas y maquillamos nuestras cicatrices, cuando te damos la espalda y vivimos como si Tú no existieras, cuando nos resistimos a que sea tu voluntad la que marque nuestros pasos y nuestras opciones.
Señor Jesús, ay de nosotros. Tú ya nos conoces. Fortalece aquello en lo que somos luz y vida, alegría y refugio, fe y esperanza confiada. Ayúdanos a centrarnos en Ti, a dejarnos habitar por Ti, a dejarnos hacer por Ti. No dejes que vivamos a medio gas, tristes y apagados.
Así te lo pedimos. Así sea.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,47-54)
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos. Por eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán”; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido! ».
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca.
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