Cuenta la leyenda que una vez una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga; esta huía rápido de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir. Huyó un día y ella no desistía, dos días y nada. Al tercer día, la luciérnaga paró y fingiéndose exhausta, dijo a la serpiente:
– Espera, me rindo, pero antes de atraparme permíteme hacerte unas preguntas.
– No acostumbro a responder preguntas de nadie, pero como te pienso devorar, puedes preguntarme.
– ¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
– No.
– ¿Te hice algún mal?
– No.
– Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?
– Porque no soporto verte brillar.
La luciérnaga se atrevió a recabar esa información porque quería entender la situación que a todas luces le parecía sin sentido.
Una vez enterada de la envidia de la serpiente, se limitó a sonreír y volar más alto y rápido aún, con lo que la serpiente se quedó con ganas de ese bocado tan luminoso que demostró estar fuera de su alcance.
En un guiño final de su luz, el bichito alado le gritó a la serpiente, muy encima de ella:
- Es hora de que aprendas a brillar tú misma de un modo tan hermoso que aun nosotras, las luciérnagas, observemos con admiración tu gran resplandor.
Reflexión
En el entorno de cada uno de nosotros siempre hay serpientes que intentan opacar nuestras ganas, nuestro trabajo, nuestros esfuerzos por estudiar, por mejorar, por avanzar.
Volemos siempre por encima de ellos y con nuestra luz iluminemos su camino, para que ellos también puedan avanzar.
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