Las almas profundamente piadosas hacen todos los días, por lo menos, un cuarto de hora de oración mental o meditación.
Consiste en la unión del alma con Dios mediante el ejercicio de las potencias.
Puestos en la presencia de Dios con la mayor reverencia interior y exterior y pedida la ayuda divina, la memoria recuerda el misterio, la verdad o ejemplo señalados para meditar; el entendimiento penetra y profundiza en el sentido de los puntos propuestos; el corazón se inflama de amor ante los atractivos y excelencias de la verdad y del bien; la voluntad, hechas las aplicaciones a las circunstancias particulares de quien medita, decide acomodar la vida a las normas que se deducen de aquella verdad o a los ejemplos y enseñanzas de Jesucristo y de los Santos. Siguen los propósitos, sobre todo en relación con las tentaciones o dificultades del día presente. Y, como el alma se encuentra débil y se ve pequeña para servir a Jesús por el camino cuesta arriba de la virtud, pide ayuda a Dios nuestro Señor y a su Madre Santísima; terminará todo hablando con el Señor y dándole gracias con un Padrenuestro.
A nadie que esto lea se le ocultarán las ventajas que tiene el hacer diariamente la meditación. Es conveniente hacerla a primera hora de la mañana, antes de empezar las ocupaciones del día. Es la mejor preparación para pasar santamente el día sin caer en pecados mortales ni veniales deliberados.
A nadie que esto lea se le ocultarán las ventajas que tiene el hacer diariamente la meditación. Es conveniente hacerla a primera hora de la mañana, antes de empezar las ocupaciones del día. Es la mejor preparación para pasar santamente el día sin caer en pecados mortales ni veniales deliberados.
La meditación eleva al hombre haciéndole más espiritual, por encima de las cosas temporales y terrenas. La meditación es además fuente de vida interior, de esa vida que tanto necesitan vivir las almas ocupadas en múltiples negocios, en la educación y atenciones de la familia o en obras de apostolado.
Para un buen cristiano es imprescindible el cuarto de hora de meditación.
"Dame un cuarto de hora de oración mental y te daré el Cielo", decía Santa Teresa; de ella son las enseñanzas contenidas en esta estrofa:
El alma sin oración
es como huerto sin agua,
como sin fuego la fragua,
como nave sin timón.
Los que meditan no suelen pecar mortalmente y trabajan en serio por evitar los pecados veniales; reciben grandes luces del Cielo; tienen piedad sólida y llevan vida austera de cristianos. No conocemos defensa tan poderosa contra la piedad superficial, contra la rutina y contra la pereza espiritual como la meditación diaria.
No es difícil meditar, con la ayuda de Dios. Meditar es tan sencillo como mirar a la madre, quererla y llenarla de besos y abrazos; eso es meditar: pensar en Dios o en las cosas de Dios, amarle y hacer sinceros propósitos de agradarle en todo.
Las almas "pequeñas" y poco instruidas pueden tomar ejemplo, para meditar, de lo que hace un niño cuando se le da un caramelo. Lo mira y lo remira, lo lleva a la boca dándole vueltas y más vueltas, gusta de su dulzura y queda agradecido a la persona que se lo ha dado, a quien no sabría negar cuanto le pida. Eso es meditar: mirar con el pensamiento las cosas divinas, darles vueltas en nuestra cabeza y en nuestro corazón, gustar el sabor de las cosas celestiales y quedar agradecidos a las bondades de Dios nuestro Señor, llenándonos de su santo amor y del propósito firmísimo de seguirle muy de cerca.
No es necesario tener un libro delante para meditar. Basta mirar al sagrario o al crucifijo, levantar los ojos al cielo contemplando las grandezas divinas, estudiar la Providencia en los sucesos de nuestra vida, profundizar en el conocimiento de nuestro propio corazón, examinar la manera de hacer más cristiana nuestra vida ordinaria, actuarse para sobrenaturalizar todos los pensamientos, palabras y obras, repetir pausadamente el Padrenuestro o las Obras de Misericordia...
De todos modos es útil en muchas ocasiones usar un libro de meditación. El mejor libro de meditación es el Santo Evangelio.
La "Imitación de Cristo", del Venerable Tomás de Kempis, también podrá servir magníficamente para hacer la meditación. Bastará con leer un capítulo y detenernos donde encontremos devoción o conforme a los métodos indicados.
Para mayor facilidad ponemos el siguiente
Método para hacer la meditación
ANTES
1º) Adorar a Dios presente dentro de mí.
2º) Humillarme considerando que no merezco hablar con Dios...
3º) Pedirle meditar con provecho.
DURANTE
1º) Leer despacio, procurando entender y gustar... Hablar con Dios.
2º) Preguntarme: ¿qué significa esto? ¿qué he hecho sobre este punto, qué debo hacer en adelante?
3º) Mejorar mi vida, aplicando a ella el fruto de la meditación...
DESPUÉS
1º) Dar gracias a Dios por las luces recibidas...
2º) Ofrecerle las resoluciones tomadas...
3º) Suplicarle muchas veces ser fiel...
(Del "Devocionario litúrgico". Zaragoza, 1939)
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