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| José Eusebio Caro |
oyes vibrar la orquesta animadora
y rápidas girar ves a tu lado
las parejas en danza seductora;
cuando de tu salón artesonado
te embelesa la pompa brilladora,
no tiemblas al pensar que sin abrigo,
a tu puerta, sin pan, gime un mendigo.
Un mendigo que mira tu grandeza,
tras largas horas de fatal vigilia,
y dice: "¡Qué esplendor, cuánta riqueza,
mientras ni un pan merece mi familia!".
¡Cuánto para uno solo!... ¿A la pobreza
por qué el rico, Señor, por qué no auxilia,
cuando la sobra del festín grandioso
pudiera a tanto pobre hacer dichoso?...
Y que con aflicción mira y compara
tu regio hogar con su infeliz vivienda,
donde el terrible hielo no repara
el fuego... ¡pues no hay leña que lo encienda!
Que ve que le negó la suerte avara
un techo que del agua lo defienda,
y que si a ti el placer te causa hastío,
de angustia su mujer muere, y de frío...
¡Dura ley que uno goce y otro envidie!...
¡Que el rico triunfe y que padezca el pobre!...
¡Qué triste el uno con la angustia lidie
sin que haya bien, que al rico no le sobre!...
Dad ¡dichosos del mundo!... no os fastidie
el ruego del dolor; no hagáis que os cobre
en un día fatal vida y riqueza,
aquel Dios que honró tanto la pobreza...
Miraos sin cesar en el espejo
del que a los pobres convidó a su mesa
y les dijo: "¡Por pan mi carne os dejo!
¡Para vuestra salud mi carne es esa!".
Su ejemplo no olvidéis ni su consejo:
Dios por la caridad las obras pesa,
y al que en la tierra al pobre ama y protege,
Él, en el cielo la corona teje...
¡Dad! y el Señor que cuida los hogares
hará que sano vuestros hijos crezcan,
y que con sus encantos, vuestros lares
lindas hijas alumbren y embellezcan...
¡Que jamás os aflijan los pesares,
que vuestros campos con primor florezcan,
y si un día ante Dios sois acusados,
a los pobres tendréis por abogados!...
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