no te miren mis ojos,
en cuanto existe, tu hermosura veo
y tus bondades toco;
en lo adverso y lo próspero te alabo
y tu piedad imploro
cuando el primer fulgor tímido
surge en la región del orto,
cuando la luz, en el mediar del día,
derrama sus tesoros,
cuando la noche constelada
vierte refrigerante soplo.
Tuyo soy, a la luz de tu mirada
me siento venturoso;
y del mundo insensato solo quiero
olvido y abandono.
Mientras unos niegan o maldicen
y te desprecian otros,
rendida el alma, el corazón rendido
y la frente en el polvo,
te doy gracias, Señor, y te confieso,
te bendigo y te adoro.
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