¡Oh! San José, Patriarca de la Iglesia universal, padre nutricio del Redentor, esposo de María y cabeza de la Sagrada Familia; todos estos títulos son para nosotros motivos de confianza hacia tu eficaz patrocinio. Te pedimos que nos dejes sentir algún tanto aquella dicha y felicidad que, siguiendo los divinos preceptos, tuviste en la tierra, así como aquella otra de que en premio gozas en el cielo.
Pero de un modo especial derrama tus consuelos sobre el Pontífice Romano, hoy tan atribulado, y sobre la Iglesia, tan oprimida y vejada. ¿No oyes acaso las voces que, de la barquilla de Pedro, fluctuante en el agitado mar de las pasiones, os claman: Señor, sálvanos, que perecemos? Enemigos por dentro y fuera en todas partes nos acosan a trueque de robarnos la paz de hoy y la gloria de mañana.
Esto, pues, os pedimos y siempre os pediremos: la gloria del Cielo y la paz del alma por la gracia en la tierra. Amén.
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