Señora, Santa María, Tú eres la mujer que el Génesis anunciaba que pisaría la cabeza de la serpiente.
Tú eres la hija de Sión a quien los profetas invitaron a la mayor alegría, porque el señor te habitaba.
Tú eres la novia que el salmista canta e invita a engalanarse, porque el Rey se ha enamorado de ella.
Tú eres la esposa del Cantar de los Cantares, la amada a la que corteja Dios y la lleva al huerto cerrado, a la viña en flor.
Tú eres la joven a la que el Ángel Gabriel llamó Llena de gracia, amada de Dios.
Tú eres la bendita entre todas las mujeres, ante quien Isabel, la madre de Juan Bautista, exultó de alegría.
Tú eres la nazarena, joven creyente, que dio crédito a la revelación divina y asumió la vocación más sobrecogedora de la historia.
Tú eres la peregrina, andariega, solidaria, servicial, capaz de echarse a los caminos, abandonada a la Providencia.
Tú eres la orante, la iniciada en las Escrituras, que sabe iluminar la historia desde la luz de las profecías.
Tú eres la madre de la Palabra hecha carne, la que dio a luz al Hijo de Dios, al Verbo eterno hecho hombre.
Tú eres la meditativa de las palabras y acontecimientos que excedían tu comprensión y que acrisolaron tu fidelidad.
Tú eres la mujer fuerte, recia, que se mantuvo de pie ante la prueba, cimentada sobre la confianza que te daba la Palabra de Dios.
Tú eres la madre de la nueva humanidad, de todos los hombres redimidos por la cruz de tu Hijo Jesús.
Tú eres la madre de la Iglesia, la intercesora y medianera.
Y al contemplar esta historia de predilección que Dios tuvo contigo, la Iglesia te invoca como Madre de Dios, Inmaculada, Asunta al cielo.
¡Ruega por nosotros, intercede por nosotros! Tú, causa de nuestra alegría. Tú, refugio de los pecadores. Tú, auxilio de los cristianos.
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