Atardece, anochece, el alma cesa
de agitarse en el mundo
como una mariposa sacudida.
La sombra fugitiva ya se esconde.
Un temblor vagabundo
en la penumbra deja su fatiga.
Y rezamos, muy juntos,
hacia dentro de un gozo sostenido,
Señor, por tu profundo
ser insomne que existe y nos cimienta.
Señor, gracias, que es tuyo
el universo aún; y cada hombre
hijo es, aunque errabundo,
al final de la tarde, fatigado,
se marcha hacia lo oscuro
de sí mismo; Señor, te damos gracias
por este ocaso último.
Por este rezo súbito.
Antonio Castro Castro
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