domingo, 17 de mayo de 2020

LOS PINARES (Vicente Acosta)

¿Te acuerdas de esa tarde, cuando al morir el día,  
envueltos del crepúsculo con el rosado velo,
la cumbre coronamos de la alta serranía
en donde el pino erige su copa, rumbo al cielo?

Caían de la altura radiosas claridades,
se alzaban de los valles esencias y rumores,
mientras el alma inmensa de aquellas sociedades
hablarnos parecía de todos sus dolores.

Abrían los pinares sus rústicas arcadas,
como las vastas naves de un templo milenario:
las musicales ramas, temblando entrelazadas,
a nuestro paso enviaban perfume de incensario.

¡Qué asunto para un cuadro! La tarde que moría
entre ondas de celajes de mágicos colores;
luciendo la hondonada, en muda lejanía,
románticos declives de pinos tembladores.

La luz que se filtraba como una lluvia de oro
tras las cortinas verdes del trémulo follaje;
brotando de repente más de un raudal sonoro
a interrumpir la calma del poético paisaje.

Hundían los picachos sus frentes en el cielo,
al descender en ráfagas la nieve, blanca y pura...
¡Y todo quedó envuelto como en plateado velo,
que iluminó la luna con plácida dulzura!


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