jueves, 21 de mayo de 2020

INVOCACIÓN A LA BONDAD DIVINA (Alejandro Arango y Escandón)

No amargo desconsuelo

permitas que de mi alma se apodere,
Señor; ni el bien que el cielo
la ofrece, considere
costoso, y de alcanzarle desespere.

Tu generosa mano
mantenga sobre el agua mi barquilla,
siquiera el Noto insano
la contrastada quilla
bramando aleje de la dulce orilla.

Es yugo más suave
el de tu ley; es carga más ligera:
con peso harto más grave
y angustia verdadera
aflige el vicio, si en el alma impera.

¿A quién, Señor, la vía
no complace risueña y deleitosa,
que a tu morada guía,
si en ella siempre hermosa
entre nardo y clavel crece la rosa?

¿Si cuanto amena es llana,
y el pie seguro y sin dolor la huella?
¿Si de tu frente emana,
consoladora y bella,
la luz, que alumbra al caminante en ella?

Fuente, que eterna dura,
pusiste al fin de la jornada breve;
quien de su linfa pura
la copa al labio lleve,
vivir sin sed y para siempre debe.

De su raudal amado,
lo espero, ha de gustar el labio mío:
Que a tu querer sagrado
sujeto mi albedrío
y en tu bondad inextinguible fío.

Y en la lucha me acojo,
Padre, a la sombra de tu diestra amiga;
y no el escudo arrojo,
rendido a vil fatiga,
ni el yelmo, que me diste, y la loriga.

¡Ay! si injusto recelo
perturba un día mi quietud serena,
disipa tú mi duelo,
de gracia mi alma llena,
y luego, ¡oh Dios! lo que te plegue ordena.


   Alejandro Arango y Escandón

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