Un domingo por la mañana, Lucía, que se había puesto su vestido más bonito, se paró en la puerta de su casa. A unos pasos de allí, un extranjero hablaba familiarmente con un vecino. Cuando la muchacha apareció, él gritó :"¡Oh, qué bonita es! ¡Qué fresca! ¡Y qué bonito color!".
Al escuchar estas palabras, Lucía hizo al extranjero una graciosa reverencia y se lo agradeció con una sonrisa no menos graciosa que su halagadora exclamación.
Pero el vecino le dijo: "No es a ti a quien van dirigidas estas palabras, vanidosa niña, es a la hermosa rosa que has puesto en tu vestido. Esta rosa es la primera que hemos visto este año".
No seáis vanidosos.
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