Los rectos habitarán la tierra y los íntegros permanecerán en ella; mas los impíos serán arrancados de la tierra y los pérfidos serán desarraigados (2, 22).
No te tengas por sabio; teme a Dios y evita el mal (3, 7).
No niegues un beneficio al que lo necesita, siempre que en tu poder esté el hacérselo; no le digas al prójimo: "Vete y vuelve, mañana te lo daré", si es que lo tienes a mano. No trames mal alguno contra tu prójimo mientras él confía en ti. No pleitees con nadie sin razón si no te ha hecho agravio. No envidies al violento ni elijas sus caminos (3, 27-31).
Guarda tu corazón con toda cautela porque de él brotan manantiales de vida. Lejos de ti toda falsía de la boca y aparta de ti toda iniquidad de los labios. Mira siempre de frente con tus ojos, vayan tus párpados derechos ante ti. Nivela la senda de tus pies y sean rectos tus caminos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda y aparta del mal todos tus pasos (4, 23-27).
Guarda, hijo mío, los mandatos de tu padre y no des de lado las enseñanzas de tu madre. Ten siempre ligado a ellos tu corazón, enlázalos a tu cuello. Te servirán de guía en tu camino y velarán por ti cuando durmieres, y cuando te despiertes te hablarán; porque antorcha es el mandamiento, y luz la disciplina, y camino de vida la corrección del que te enseña (6, 20-23).
El que corrige al petulante se acarrea afrenta, y el reprende al impío, ultraje. No reprendas al petulante, que te aborrecerá; reprende al sabio, y te amará. Da consejos al sabio, y se hará más sabio todavía; enseña al justo, y acrecerá su saber. El principio de la sabiduría es el temor de Yavé; conocer al Santo, eso es inteligencia (9, 7-10).
Anillo de oro en jeta de puerco es la mujer bella, pero sin seso (11, 22).
El que ama la corrección ama la ciencia; el que odia la corrección es estúpido (12, 1).
El que habla verdad declara lo justo, pero el testigo falso lo disfraza. Hay quien al hablar da tantas estocadas como palabras, mas la lengua del sabio sirve de medicina (12, 17-18).
El hijo sabio ama la corrección, pero el petulante no escucha la reprensión (13, 1).
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