Este mandamiento ordena que amemos a nuestro prójimo y perdonemos a nuestros enemigos. Y nos prohíbe hacer daño a la salud y vida propias y ajenas, tanto del alma como del cuerpo, con obras, palabras o deseos.
En este mandamiento prohíbe Dios el suicidio, el homicidio y el escándalo, así como herir, maltratar o perjudicar la salud nuestra o la del prójimo.
El suicidio es el acto de darse la muerte voluntariamente a sí mismo.
El homicidio es el acto de matar a otro.
Tanto el homicidio como el suicidio son pecados gravísimos, pues Dios, que es quien da la vida y la conserva, es el único que puede quitarla.
El escándalo es todo dicho o hecho que inclina al prójimo a pecar. Constituye un pecado gravísimo.
- ¡Ay del hombre por el que viene el escándalo! -dijo Jesucristo-. Mejor sería que le ajustasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al fondo del mar que escandalizar al más pequeño de los que creen en mí.
Peca también gravemente contra el quinto mandamiento quien practica o consiente el aborto, es decir, quien mata a un ser inocente en el vientre de su madre o se somete a ello.
También prohíbe este mandamiento las riñas, los insultos y las maldiciones.
Maldecir es pedir para el prójimo o para nosotros mismos algún mal, como cuando alguien dice: ¡Ojalá te mueras!
Y prohíbe, finalmente, desear la muerte o algún otro mal grave a nuestros semejantes o a nosotros mismos, y tenerles odio, rencor o envidia.
Para no pecar contra el quinto mandamiento debemos practicar la caridad con nosotros mismos y con los demás, haciendo siempre todo el bien posible. Un medio excelente para lograr este fin es la práctica de las obras de misericordia, que son un conjunto de actos con los cuales procuramos remediar las necesidades espirituales y temporales de nuestro prójimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario