Una joven mosca se había posado en el borde de un bote lleno de leche; era una mosca incauta, con poca experiencia, incapaz de conducirse. Su madre le dijo:
- Hija mía, haz como yo, quédate en el borde, de otro modo estás perdida; lo cierto es que no ves el peligro, eres demasiado joven; pero créeme siempre y sigue mis consejos, si no te arrepentirás demasiado tarde.
- ¡Oh, ya lo sabía; los ancianos tienen miedo de todo -le respondió la incauta-, pero yo no necesito este consejo, yo quiero bajar al bote, hasta el borde de la leche.
- ¿En qué piensas? -le gritó la madre-; ¡te va la vida en ello; no lo hagas!
- ¿Y qué? -dijo la pequeña mosca-, ¿me tomas por una cría? ¿Solo la vejez es sabia? Yo voy a tentar el destino.
La vieja mosca podría predicar, rezar e incluso suplicar, pero le hablaba a una sorda. La joven atolondrada se posa en medio del bote y ahí la tenemos nadando en un mar de leche; se hunde más y más, lucha, reaparece, hace inútiles esfuerzos para salir del abismo, pero, aunque se agita y da vueltas en todas direcciones, sus fuerzas se agotan pronto y muere víctima de su imprudencia y de su temeridad.
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