Muy temprano, desde mi ventana, saludo al Dios de mis amaneceres. Él me ha enseñado que cada amanecer es distinto, como cada día de nuestra vida.
Nadie me ha hecho mejor regalo: solo Tú has pensado enseñarme cada día lo estimable que soy, al contemplar la llegada de un nuevo día junto a Ti.
Hoy te pido que me des la gracia de recordar siempre que el amanecer de ayer ya no es mío, y el de hoy voy a vivirlo porque el de mañana no sé cómo será.
Al comenzar el día pienso en Ti, que tu luz sea para todos motivo de amor y paz, para seguir deseando cada día contemplar al Dios de mis amaneceres.
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