Amaos los unos a los otros
Cerca de la media noche,
en una calle desierta,
sin un rayo de esperanza,
bajo un cielo sin estrellas,
entre el zumbido del viento
y el bramar de la tormenta,
una niña de trece años,
cándida, inocente, bella;
sin ropas que en tal momento
bien abrigarla pudieran;
teniendo en tan triste noche
y efecto de la miseria,
sobre la desnuda espalda
la mojada cabellera,
lloraba pidiendo amparo
en el umbral de una puerta.
-Abridme, por Dios decía
con una expresión tan tierna,
que revelaba en su acento
la amargura de su pena.
-Abridme, que tengo miedo,
mirad que la lluvia arrecia,
y sopla el viento muy fuerte;
y está la noche muy negra;
abridme, no consintáis
que desamparada muera.
- ¿Quién eres?- pregunta entonces
por adentro una voz hueca-.
Y la niña sollozando,
en medio de su tristeza,
calma un instante su llanto
y, ¡una huérfana! contesta.
A pocos momentos viose
que abrieron aquella puerta
donde la niña lloraba
alzando sus tristes quejas.
Las gentes que allí vivían,
trabajadoras y buenas,
al recibir a la niña,
y al encontrarla tan bella,
le dieron su protección.
Sin consentir que volviera
a pedir auxilio alguno
llorando de puerta en puerta.
¡Qué dulce es la caridad!
Benditas gentes aquellas
que calman con sus afanes
el rigor de la miseria,
que le dan un lecho al pobre
para que abrigarse pueda
de pasar desamparado
noches que le son eternas .
Benditos aquellos seres
que a los huérfanos consuelan,
compartiéndoles su hogar
cuando llaman a su puerta,
salvándolos del abismo
a que su estado los lleva.
Tiene el progreso social
a la caridad por lema,
y son los que la practican
gloria y honor de la tierra.
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