Estando candente en Acaya, al sur de la península itálica, la persecución contra los cristianos, uno de ellos llamado Arcadio se retiró a la soledad. Como era un cristiano prominente, cuando le fueron a atrapar, los soldados capturaron a un pariente suyo, al que atormentaron para que revelara el sitio en el que Arcadio se había escondido. Al saberlo el santo, él mismo dejó su soledad para presentarse ante el gobernador de Acaya, quien lo envió al juez, desarrollándose este diálogo:
Arcadio: -"Si es por mi causa que tienes preso a mi pariente, haz que se le de libertad, pues es inocente: yo mismo vengo a darte noticia del lugar de mi morada, que él jamás supo, y además a responder otras cosas que quieras saber de mi persona".
Juez: -"Quiero perdonarle de buena gana el secreto que me ha guardado de tu fuga: no tiene que temer. Pero ha de ser con la condición que desde esta tarde sacrificarás a los dioses".
Arcadio: -"¿Qué es lo que te atreves a proponerme? ¿Conoces a los cristianos, y te parece que el temor de la muerte será capaz de hacerlos faltar a su obligación? Como si ignorásemos nosotros esta expresión del apóstol: 'Jesucristo es mi vida, y la muerte es para mí una ganancia'. Inventa el suplicio que quieras: no des oídos mas que a tu furor: obedece a todo cuanto te inspire, y verás si es fácil hacerme renunciar a mi Dios".
Entonces Arcadio fue condenado a padecer diversos tormentos: azotes con plomadas, los garfios de hierro, estiramientos en el potro, despellejamiento... pero nada logra hacer que el santo reniegue de Cristo. Así, el juez mandó que fuera desmembrado poco a poco, comenzando por los dedos, las extremidades, para que viviendo fuera sufriendo hasta morir. Mientras duró su suplicio y Arcadio tuvo vida, no cesó de alabar a Dios, pues los verdugos no le cortaron la lengua. Confesaba el santo que solo había un Dios, que adorar a los ídolos era adorar a los diablos. Tendido en el suelo le cortaron los brazos y piernas, en tres partes, le estiraron y zafaron las caderas. Cuando ya no era sino un tronco con cabeza, viendo sus miembros esparcidos delante de él, Arcadio exclamó: -"¡Dichosos miembros que han tenido la dicha de servir a Dios: jamás les quise tanto cuando estaba unidos a mi cuerpo, como les quiero ahora estando cortados. De mucho nos sirve estar separados, para ser reunidos en la gloria y para que de miembros mortales que son, puedan llegar a ser algún día miembros gloriosos e inmortales. Ahora es cuando son miembros de Jesucristo, ahora es cuando yo pertenezco verdaderamente a Jesucristo, lo que siempre he deseado con un extremo ardor".
Y mirando a los que contemplaban aquel atroz martirio, les dijo: -"Y ustedes que miran una tragedia tan sangrienta, sepan que estos tormentos que os parecen tan horribles no son nada para quien tiene presente la inmortalidad bienaventurada. Crean a un hombre que ya no tiene parte en esta vida: sus dioses no son dioses, renuncien su culto vano e impío y reconozcan, en fin, que no hay otro Dios que el que me consuela y me sostiene en el estado en que estoy. Morir por Él es vivir, y sufrir por él es estar en delicias. El amor que se tiene por Él jamás se entibia, jamás causa disgusto y jamás sufrirá disminución. Por recompensa de lo poco que padezco por él, voy a recibir una vida inmortal, y que me unirá a Él para siempre".
Y terminando este alegato, expiró dulcemente. Su testimonio dio coraje a muchos cristianos, que se confesaron como tales y alcanzaron también la corona martirial. Las reliquias de todos fueron depositadas en el mismo sepulcro.
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