En todo momento, a lo largo de los 33 años de la vida de Cristo, la Virgen, María, lo es todo para Jesús.
Desde su "fiat voluntas tua", hágase tu voluntad, hasta el "Madre, he ahí a tu hijo" del Gólgota, María vive para Jesús.
Con el "hágase tu voluntad" inicia su maternidad... y ya no para. Desde aquel momento Jesús es su vida, por Él y para Él vive; lo alimenta a sus pechos, lo viste, lo cuida y defiende en su niñez; sigue paso a paso su pubertad, su juventud y su madurez. Nunca lo abandona.
Algunas que leéis esto sois madres, todos somos hijos. Pensad, vosotras madres, que sabéis lo que es querer a un hijo, cómo podría querer María a Jesús, sabiendo que su hijo era Dios encarnado, que aquella carne de su carne y sangre de su sangre era el Omnipotente.
Pensemos, como hijos, cómo podría Jesús querer a su madre, la bendita entre todas las mujeres.
¿Cómo harías tú a tu madre si pudieses fabricártela a la medida de tus deseos?¿Cómo, pues, la haría y elegiría Jesús-Cristo, Él que, por ser Dios, lo podía todo.
Así María es modelo de todas las virtudes. María fue sencillamente una mujer seglar, a la que el Señor hizo pasar por todas las etapas de la vida seglar: hija, esposa, madre, viuda, para que pudiera ser el modelo ejemplar y prototipo acabadísimo de todos.
Así María es modelo de fe vivísima, de esperanza inquebrantable, de caridad en su triple aspecto de amor a Dios, al prójimo y a sí misma por Dios. Es modelo de prudencia, de templanza y de justicia. Justicia para con Dios practicando la ley divina en grado máximo. Justicia para con el prójimo, en su obediencia y sumisión a San José como jefe de la Sagrada Familia.
Es modelo de fortaleza heroica en las incomodidades y privaciones de Belén, de Egipto y del Calvario.
Así es María, ejemplo y modelo de hija, de esposa, de madre y de viuda. Así pudo María, ante la salutación de Isabel, exclamar: "El Señor ha hecho en mí maravillas".
Sigamos nosotros sus hijos, en la medida de nuestras fuerzas, contando con nuestras flaquezas y debilidades humanas, el ejemplo de María. Pidámosle, como mediadora de todas las gracias, la gracia de la salvación eterna, que podamos al presentarnos ante su hijo al final de nuestra vida terrena, exclamar como Ella, aunque sea en voz bajita: "El Señor hizo en mí maravillas. Gloria al Señor".
ASÍ SEA
No hay otra mujer
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