En la cárcel la ponen para que medite y haga el cambio. Corren los tiempos de Claudio.
El juez está ahora en un apuro; es tan impopular ejecutar a una joven y tan difícil asimilar perder la partida con quien tiene tan pocos años… Siempre habrá intercesores, mediadores ante el juez y Prisca que está anclada en su decisión y va in crescendo su voluntad de ser fiel.
Vienen conocidos llenos de misericordia, prudentes llenos de compasión, amigos de la paz que rechazan la violencia; todos ellos intentan bajarla de su propósito; le hablan de la felicidad que le espera en la vida que sólo está empezando, le proponen una existencia plagada de deleites, afirman sin rubor su belleza, restan importancia al asunto del incienso e intentan suavizar la situación. Son los mediocres de turno, los que se muestran como son por carencia de ideales; todo es falso en su vida menos lo práctico que les reporta utilidad. Pero todo es inútil.
Pero el cruel emperador, que atribuía a la magia todos aquellos prodigios de los cristianos, no se daba por vencido.
Como suele suceder en muchos casos, cuando ya se había demostrado la protección divina sobre los mártires, llegaba por fin la corona del martirio. Fue llevada fuera de la ciudad, y allí Prisca ofreció mansamente su cabeza y se la cortaron.
Fue enterrada en Vía Ostia el 18 de enero.
Sus reliquias se conservan en Roma en la iglesia a la que da nombre.
Resalta en la historia la actitud altamente llamativa, decidida, de enamorada que mantiene hasta la muerte una muchacha tan madura que pospone el triunfo de su vida a la fidelidad a su Cristo, a su Dios.
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