martes, 18 de enero de 2022

MARTIRIO DE SANTA PRISCA


Prisca nace en Roma y tiene 13 años. Aún no ha dejado de ser una niña. Es de una familia ilustre. El juez la ha recibido como cristiana descubierta y al verla tan niña piensa que es fácil convencerla para que se convierta y apostate. Ante el templo de Apolo le hace la sugerencia de ofrecer el sacrificio poniendo unos granos de incienso en el fuego y todo el proceso habrá concluido. “Yo solo soy de Jesucristo” sale de sus labios con el suave timbre de voz de doncella y con la firmeza de un curtido soldado.

En la cárcel la ponen para que medite y haga el cambio. Corren los tiempos de Claudio.

El juez está ahora en un apuro; es tan impopular ejecutar a una joven y tan difícil asimilar perder la partida con quien tiene tan pocos años… Siempre habrá intercesores, mediadores ante el juez y Prisca que está anclada en su decisión y va in crescendo su voluntad de ser fiel.

Vienen conocidos llenos de misericordia, prudentes llenos de compasión, amigos de la paz que rechazan la violencia; todos ellos intentan bajarla de su propósito; le hablan de la felicidad que le espera en la vida que sólo está empezando, le proponen una existencia plagada de deleites, afirman sin rubor su belleza, restan importancia al asunto del incienso e intentan suavizar la situación. Son los mediocres de turno, los que se muestran como son por carencia de ideales; todo es falso en su vida menos lo práctico que les reporta utilidad. Pero todo es inútil.

Montó en cólera Claudio y mandó abofetearla sin compasión y luego meterla en una cárcel hedionda, entre forajidos y facinerosos, que intentaron vanamente abusar de ella. La desnudaron y la azotaron con crueldad, rasgaron su cuerpo con uñas de acero, echaron sobre sus tiernas carnes aceite hirviendo y luego la llevaron al anfiteatro ante el pueblo. Soltaron un león para que la descuartizase y devorase. Pero aquel león, olvidándose de su natural fiereza, se echó a los pies de la virgen como una oveja, y empezó a lamérselos y a acariciarla mansamente.

Los gentiles quedaron confusos, pero Claudio no retrocedió en su intento. Fue metida de nuevo en la cárcel y sometida a crueles y diversos tormentos que la torturaron inhumanamente, entre ellos el potro, que descoyuntó sus huesos. La arrojaron a una hoguera para acabar con ella de una vez, pero el fuego la respetó. Todavía no había llegado su hora, y el Señor la sostenía con el poder de su brazo.
Pero el cruel emperador, que atribuía a la magia todos aquellos prodigios de los cristianos, no se daba por vencido.
Como suele suceder en muchos casos, cuando ya se había demostrado la protección divina sobre los mártires, llegaba por fin la corona del martirio. Fue llevada fuera de la ciudad, y allí Prisca ofreció mansamente su cabeza y se la cortaron.

Fue enterrada en Vía Ostia el 18 de enero.

Sus reliquias se conservan en Roma en la iglesia a la que da nombre.

Resalta en la historia la actitud altamente llamativa, decidida, de enamorada que mantiene hasta la muerte una muchacha tan madura que pospone el triunfo de su vida a la fidelidad a su Cristo, a su Dios.



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