"Ánimo, hijo! (Mt 9,1-8)
Jesús, Maestro y Señor, llegados al final de este curso queremos, puestos en tu presencia, presentarnos y reconocernos tal y como somos, tal y como estamos, y escuchar ese “ánimo” tuyo para con nosotros.
Señor Jesús, el curso ha sido duro, se nos han hecho cuesta arriba ¡tantos momentos! Pero hemos llegado al final con la satisfacción del deber cumplido, con la gratificación más importante que es ver a cuantos nos rodean contentos y más cerca de Ti. Gracias, una vez más, por nuestra vocación de cristianos comprometidos con tu causa (el Evangelio).
Jesús, Maestro y Señor, ahora que echamos la vista atrás y evaluamos los pasos dados, te pedimos que perdones nuestros traspiés, nuestras omisiones, nuestros olvidos y nuestras faltas de caridad, si las hubiera habido. Te pedimos que nos hagas cada día más libres y responsables en todo cuanto llevamos entre manos.
Señor Jesús, te damos gracias por cada oración, por cada celebración, por cada reunión, por cada convivencia, por cada buena práctica, por cada logro, por cada nueva iniciativa y porque en todo te hemos sentido presente, caminando a nuestro lado.
Jesús, Maestro y Señor, en este día te damos gracias por todas y cada una de las personas y circunstancias con las que hemos disfrutado y aprendido.
Jesús, Maestro y Señor, concédenos a todos el merecido descanso. Que el verano sea tiempo de siembra y no de desconexión. Que disfrutemos de seguir entregándonos sin reserva. Que carguemos las baterías del alma con la oración y la celebración de tus misterios en la Iglesia (que no cierra por vacaciones). Que nuestro corazón se nutra de todo cuanto vivamos, para que iniciemos el nuevo curso con el deseo de saber más para servir mejor, con las energías necesarias para seguir haciendo comunidad y llevando a todos a Ti.
Así te lo pedimos. Amén.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 1-8
En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico:
«¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados».
Algunos de los escribas se dijeron:
«Este blasfema».
Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo:
«¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.
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