Llamó al viento y le dijo que soplara con fuerza. Al momento se desencadenó un terrible huracán.
A cada ráfaga de aire, el junco de doblaba, pero no se rompía. El roble por el contrario estremecía sus raíces al bambolearse.
Tanto arreció una vez el viento, que arrancó el roble de cuajo.
El junco había demostrado lo que se propuso.
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