A Diocleciano le sucedió el emperador romano Maximiano Hercule quien, según Vorágine, «[...] era mucho peor que Diocleciano». Erasmo siguió predicando el Evangelio y fue, nuevamente, perseguido. Lo zambulleron en un baño que contenía agua hirviendo e intentaron cerrarle la boca aplicándole una combinación que contenía un metal derretido. Un ángel acudió en su ayuda resguardándolo de sus torturadores. El emperador, enfurecido, lo hizo meter en un tonel claveteado con pinchos y lo lanzó desde lo alto de una montaña, haciéndolo rodar; un ángel volvió a salvarlo. Sufrió otras torturas:
Le arrancaron los dientes con unas tenazas, lo ataron a un poste y lo asaron sobre unas parrillas, le atravesaron los dedos con unos clavos y le arrancaron los ojos. Desnudo, lo ataron de pies y manos a unos caballos con el fin de que estos lo arrastraran hasta que sus venas reventaran.
Erasmo huyó al monte Líbano y sobrevivió alimentándose con lo que unos cuervos le llevaban. Volvió a ser capturado, lo llevaron ante el emperador, que lo condenó, fue recubierto con pez y quemado (como lo fueron los primeros cristianos durante los juegos de Nerón), pero sobrevivió. Vuelto a encerrar con la intención de dejarlo morir de hambre, él se las compuso para evadirse.
De nuevo volvió a ser capturado y torturado en la provincia de Ilírico tras haber predicado y convertido al cristianismo a numerosos paganos. Por último su estómago fue partido en dos y sus intestinos fueron enrollados alrededor de un cabestrante.
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