"Tengo sed" (Jn 19,29-34)
Señor Jesús, ¡qué bueno descubrirte sediento también a ti! Qué bueno saber que también Tú sentiste necesidad, que también Tú dudaste, que también Tú sentiste la soledad, la incomprensión y la sed. Qué bueno sentirte cerca también cuando me llegan los malos momentos, los momentos de angustia y de sed.
Señor Jesús, te confieso que tengo sed. Mucha sed. Tengo sed de paz verdadera. Sed de estabilidad. Sed de equilibrio. Sed de autenticidad. Sed de verdad. Sed de vida abundante.
Señor Jesús, tengo sed. Sed de buenas noticias. Sed de esperanza. Sed de horizontes compartidos. Sed de pan para todos. Sed de dignidad para todos. Sed de más humanidad para nuestra Humanidad.
Señor Jesús, tengo sed. Sed de más danza, de más contemplación, de más alegría, de más silencio, de más discernimiento, de más serenidad, de más bienaventuranza. Sed de más felicidad compartida.
Señor Jesús, tengo sed. Sed de amabilidad, de bien común, de proyectos compartidos. Sed de más comunidad, de más abrazos, de más miradas cómplices, de más guiños posibilitantes y de más misericordia restituyente.
Señor Jesús, tengo sed. Sé tú el agua que la sacie, el oasis en el que descansar, el pozo del que beber, la fuente que refresque mis desiertos y mis noches oscuras.
Sé tú, Señor Jesús y tú María, Madre de la Iglesia , la razón de mi vida, lo primero, lo mejor que me ha pasado.
Así te lo pido. Así sea.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-34
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.
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