viernes, 11 de noviembre de 2022

HUMORADAS (Ramón de Campoamor)





   
La niña es la mujer que respetamos
y la mujer la niña que engañamos.

Según creen los amantes,
las flores valen más que los diamantes.
Mas ven que al extinguirse los amores,
valen más los diamantes que las flores.

Al pintarte el amor que por ti siento,
suelo mentir, pero no sé que miento.

Te sueles confesar con tu conciencia,
y te absuelves después sin penitencia.

Ser fiel, siempre que quieres, es tu lema;
pero tú ¿quieres siempre? He aquí el problema.

Aunque el amor suele morir de hartura,
lo que nunca se hastía es la ternura.

Algún día, a pesar de tus encantos,
te matará otro a ti cual tú me matas,
que, en materia de ingratos y de ingratas,
venimos a salir tantas a tantos.



No te ablandes oyendo sus acentos,
que el diablo en ocasiones
acalora los buenos sentimientos
para hacer cometer malas acciones.

Aunque tú por modestia no lo creas,
las flores en tu sien parecen feas.



Todo, en amor es triste;
mas, triste y todo, es lo mejor que existe.

Hay quien pasa la vida
en ese eterno juego
de hacer caer a la mujer, y luego
rehabilitar a la mujer caída.

Te vas a confesar, y el cura dice
que a ti, en vez de absolverte, te bendice.

Si la codicia de pedir es mucha,
el hombre reza, pero Dios no escucha.

El amor es un himno permanente
que, después que enmudece el que lo canta,
otra nueva garganta
lo vuelve a repetir eternamente.

Miré... pero no he visto en parte alguna
ir del brazo la dicha y la fortuna.

Cual todas, tú pretendes, como Elena,
ser amada por bella y no por buena.



Ese ilustre mortal lleno de hastío
era pobre al nacer; mas, rico ahora,
mirando a su palacio, siente frío;
¡cuando se acuerda de su choza, llora!

Te vi una sola vez, pero mi mente
te estará contemplando eternamente.



Purifica el olor de la opulencia
cuando huele a tomillo la indigencia.

Te casaste y... ¿lo ves? Ya te decía
que no iguala al afán con que se ansía
la dicha que se alcanza;
por ardiente que sea la esperanza,
al convertirla en realidad es fría.

Tengo, Amalia, un secreto aquí escondido
que me hará enloquecer:
escúchale... más cerca... así... al oído...
«Aunque soy ya tan viejo, has de saber...».

Es tu historia, en mi vida entremezclada,
una sombra, en la sombra condensada.

Cuando oigo tus acentos
se vuelven mis ideas sentimientos.
   
Si no quieres tu paz ver alterada,
cree mucho en Dios, y en las mujeres nada.

 Al decirte yo adiós, Hortensia mía,
permite a mi amistad que te declare
que, como el hijo de Sión decía:
«De mí me olvide yo, si te olvidare».



La música es el cielo prometido.
Cuando un pintor retrata a un elegido,
lo envuelve en nubes de oro,
y lo pinta subiendo embebecido
oyendo de los ángeles el coro.

Tu discreción es tanta,
que en ti, lo menos bello es lo que encanta.


Más que cuestión de suelo,
es la mujer una cuestión de cielo.

Vive, niña, advertida,
que el que ama tiene cerca la locura,
y que acaba muy pronto con la vida
la fuerza de una idea en calentura.

¡Qué formas de belleza soberana
modela Dios en la escultura humana!



Se asombra con muchísima inocencia
de cosas que aprendió por experiencia.

Resígnate a morir, viejo amor mío;
no se hace atrás un río,
ni vuelve a ser presente lo pasado.
Y no hay nada más frío
que el cráter de un volcán, si está apagado.

Es la fea graciosa
mil veces más terrible que una hermosa.
Tened miedo de aquellas
que eclipsan, siendo feas, a las bellas.

Se matan los humanos,
en implacable guerra,
por la gloria de ser, en mar y en tierra,
devorados por peces y gusanos.

No puedo ver con ánimo sereno
Borjas, cual tú, tan puras y apacibles;
pues juzgo, como hay Dios, menos temibles
las Borjas del puñal y del veneno.

Como todo es igual, siempre he tenido
un pesar verdadero
por el tiempo precioso que he perdido,
por no haber conocido
que el que ve un corazón ve el mundo entero.

¡Belén! Para el amor no hay imposibles.
Lo mismo que las palmas,
a veces nuestras almas
se encarnan a distancias increíbles.

Te morirías por él, pero es lo cierto
que pasó tiempo y tiempo, y no te has muerto.

No insultes el pudor en mi presencia,
porque sabes reír con inocencia;
porque, si no, mi intrépida mirada
te dejará clavada
en la trémula cruz de tu conciencia.

Ya no leo ni escribo más historia
que ver a mi niñez con mi memoria.

La desgracia es precisa
para grabar los hechos de la historia.
O se escribe con sangre nuestra gloria,
o la borra al pasar cualquiera brisa.

Bien merezco, Mariana, la fortuna
de escribir en este álbum el primero,
porque sin duda alguna
soy el que más y el que mejor te quiero.

A todo ser creado
le gusta, como a Dios, ser muy amado.

Procura hacer, para apoyar la frente,
un blando cabezal de la conciencia.
Para poder dormir tranquilamente
no hay un opio mejor que la inocencia.

 


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