Fue Saturnino judío de nacimiento, y era un niño en el momento del Bautismo del Señor, hecho en el que estuvo presente y sostuvo la túnica de Cristo mientras Este se bautizaba. Saturnino también fue bautizado por san Juan Bautista y comenzó a seguir a Cristo. Fue de los 72 discípulos de Cristo, y después de la Ascensión de Cristo fue enviado por san Pedro Apóstol a la Galia, donde fue consagrado obispo de Tolosa.
Saturnino fue detenido a causa del éxito que tenía convirtiendo a los cristianos, lo cual provocó los celos de los sacerdotes idólatras. Estos soliviantaban a la muchedumbre contra Saturnino, con tan mala suerte que el santo acertó pasar cerca del Capitolio. Los paganos lo vieron y lo sujetaron, pretendiendo obligarle a sacrificar a los dioses. Saturnino repetía en alta voz: ‘Un solo verdadero Dios reconozco: a Este solo ofreceré alabanzas y sacrificios; mas vuestros dioses bien sé que son demonios a los que honráis en vano, no tanto con víctimas de animales, cuanto con muerte de vuestras almas. ¿Y cómo queréis que yo tema a los que oigo decir que me temen?’. A estas palabras del obispo Saturnino se enfureció toda aquella sacrílega canalla, y echando al toro que habían de sacrificar una cuerda, ataron los pies del santo varón con el cabo que pendía por detrás de él, y agarrochándolo luengo fuertemente, precipitaron a Saturnino desde lo más alto del capitolio hasta el llano, por lo que rota la cabeza con los escalones del capitolio, saltándole los sesos y hechos pedazos todos los miembros, recibió Cristo aquel espíritu, digno de ser presentado a su Padre, para que coronase con laureles al que muriendo a manos de los furiosos gentiles, supo pelear tan fielmente por su nombre. Arrastró el toro el cuerpo muerto, y que ya nada podía sentir, hasta que se rompió finalmente la cuerda, y donde quedó allí fue entonces sepultado, porque acobardados los cristianos de aquel tiempo con el furor de los gentiles, y no atreviéndose a enterrarlo, dos solas mujeres, las santas doncellas de Tolosa, más fuertes que todos los hombres, venciendo con la virtud de la fe la flaqueza del sexo, y animadas a padecer con el ejemplo del Pastor, pusieron el bendito cuerpo en una caja de madera, y así lo metieron en una hoya muy profunda, a guisa de quien escondía más bien las venerables reliquias del santo varón, que de quien las enterraba. Pero recibió en paz a su mártir el Señor.
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