¿No eres tú tan ligera,
que si el perro te sigue en la carrera,
lo acarician y alaban como al cabo
acerque sus narices a tu rabo?
Pues empieza a correr, ¿qué te detiene?
De este modo la insulta, cuando viene
el diestro gavilán y lo arrebata.
El preso chilla; el prendedor lo mata;
y la liebre exclamó: Bien merecido.
¿Quién te mandó insultar al afligido?
¿Y a más, a más meterte a consejero,
no sabiendo mirar por ti primero?
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