Muley Hazem por el desierto cruza; rojas las nubes son, fuego la arena, y muerto de hambre y de fatiga, el moro junto a una palmera llega.
En torno gira los ardientes ojos; descubre un saco; rápido lo observa; y, creyéndolo lleno de avellanas, a desatarlo empieza.
- ¡Alá es grande! -decía, y cuando el fruto que él esperaba por el suelo rueda, exclamó con dolor: -¡No hay avellanas, solo son perlas!
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