Al miserable estado
de una cercana muerte reducido
estaba ya postrado
un viejo león del tiempo consumido,
tanto más infeliz y lastimoso,
cuanto había vivido más dichoso.
Los que cuando valiente
humildes le rendían vasallaje,
al verlo decadente,
acuden a tratarle con ultraje;
que como la experiencia nos enseña,
de árbol caído todos hacen leña.
Cebados a porfía,
lo sitiaban sangrientos y feroces.
El lobo le mordía,
tirábale el caballo fuertes coces.
Luego le daba el toro una cornada,
después el jabalí su dentellada.
Sufrió constantemente
estos insultos, pero reparando
que hasta el asno insolente
iba a ultrajarle, falleció clamando:
«Esto es doble morir; no hay sufrimiento,
porque muero injuriado de un jumento».
Si en su mudable vida
al hombre la fortuna ha derribado
con mísera caída
desde donde lo había ella encumbrado,
¿qué ventura en el mundo se promete,
si aun de los viles llega a ser juguete?
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