"Era tal su alegría que no se lo podían ni creer" (Lc 24, 35-48)
Señor Jesús, acosados como vivimos con tanta publicidad, con tanta innovación, con tantos avances tecnológicos, con tantas ofertas inimaginables, con tantas facilidades para tener lo que deseemos y para ser lo que queramos, con tanta oferta para que cada uno se arregle y acabe siendo quien no es, con tanta propaganda electoral que promete felicidades imposibles y alegrías de un rato, Tú resulta que sigues siendo motivo de alegría, nuestro motivo de alegría.
Señor Jesús, tus discípulos no se podían creer que habías resucitado, pero no porque no te vieran, no porque no tuvieran fe, no porque la tristeza les había nublado la vista y el entendimiento… no. No se lo podían ni creer: ¡porque era de tal calibre su alegría!
Señor Jesús, nosotros queremos ser discípulos tuyos y experimentar esa alegría que no conoce fronteras, que todo lo salva, que todo lo sana, que todo lo supera, que se contagia, que es gratuita, que se nos escapa de las manos para multiplicarse, que no podemos controlar, que no podemos improvisar porque procede de Ti… eso queremos.
Señor Jesús, haznos como tus discípulos: mujeres y hombres alegres, verdaderamente alegres. No personas ingenuas, que esconden o maquillan las dificultades y los problemas, no: hombres y mujeres que todo lo viven desde la seguridad de que Tú estás a nuestro lado, de que Tú eres el motivo primero y último de nuestra alegría, desde la que vivirlo todo.
Ojalá hoy sea tal nuestra alegría por saberte resucitado que no nos lo podamos ni creer.
Así te lo pedimos. Así sea.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 35-48
En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
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