Las actas martiriales narran que en el tiempos del emperador Severo había un sacerdote cristiano de nombre Caralampio que enseñaba la doctrina de Cristo y despreciaba a los dioses romanos. Enterados de esto, el procónsul Luciano y el comandante militar Lucio hicieron comparecer a Caralampio e intentaron que renunciara a su fe cristiana y adorara a los dioses con sacrificios. Ante la negativa de san Caralampio ordenaron que lo azotaran con garfios de hierro; dándose la vuelta Caralampio agradeció a sus verdugos el haberle renovado el cuerpo y el espíritu con los azotes. Los verdugos, sorprendidos, vieron que a pesar de haberle azotado, la piel de Caralampio permanecía intacta y que al golpearle se sentía tan dura como el hierro. Los dos verdugos, de nombre Porfirio y Bapto, ante esto decidieron convertirse al cristianismo y posteriormente también murieron mártires. Tres mujeres que estaban observando los sufrimientos de Caralampio también comenzaron a glorificar a Cristo, y también fueron martirizadas rápidamente. El comandante Lucio, indignado por la torpeza de los verdugos, pensó que se trataba de artes de magia del anciano y él mismo decidió asestarle un golpe, pero al momento sus manos se separaron de los codos quedando totalmente inútiles. El procónsul Luciano al ver esto, muy molesto, se levantó de su silla, escupió en el rostro de Caralampio, y al momento se le torció la cabeza. Ante tales signos todos tuvieron miedo y pidieron perdón a san Caralampio, el cual oró por sus captores y todos quedaron sanos y decidieron posteriormente bautizarse. Caralampio seguía obrando milagros curando enfermos y resucitando muertos.
Ante las noticias de lo sucedido con Caralampio el emperador Septimio Severo hizo que trescientos soldados lo apresaran y lo llevaran a Antioquía. Al llegar los soldados apresaron al santo, le clavaron clavos por todo el cuerpo, lo ataron de las largas barbas y le hicieron que caminase de esa forma. Dice la leyenda que pasó un caballo, el cual le habló a los soldados, amonestándolos por llevar de esa forma a Caralampio y no reconocer que con él estaba Dios. A pesar de este prodigio los soldados continuaron en su camino. Se narra que el mismo demonio tomó forma de un viejo y se presentó ante el César para acusar a Caralampio de ser un mago. Septimio Severo ordenó que Caralampio fuese quemado vivo y a fuego lento. La concubina del emperador tomó un manojo de ceniza caliente y la arrojó en la cabeza del santo, pero al ser llevado san Caralampio ante las llamas estas se apagaron al instante y los verdugos se desmayaron; ante todo esto el emperador hizo traer a un hombre que se encontraba poseído y ordenó a Caralampio que lo curase. El demonio al verse frente a Caralampio pidió perdón a este, y a la orden del santo el hombre quedó liberado. De la misma manera hicieron traer el cadáver de un joven que llevaba tres días muerto y Caralampio lo resucitó al instante, haciendo que el César reconociera lo grande que era el Dios de los cristianos. Desgraciadamente el emperador fue aconsejado por un tal Crispo que se deshiciera de Caralampio con el pretexto de que no era más que un poderoso mago, por lo que intentaron una vez más obligar a Caralampio a sacrificar a los dioses, y ante la negativa de este le hicieron andar sobre teas encendidas, pero no dañaron en absoluto al santo sino al contrario dañaron a setenta soldados.
Ante estos portentos, san Caralampio logró la conversión de la hija del emperador, santa Galena, y ante esto el emperador lo condenó a morir decapitado, pero estando a punto de recibir el golpe en el cuello se abrieron los cielos y se escuchó una voz que decía: “Ven Caralampio, amigo mío, que has padecido tanto por mi nombre: ven y pídeme lo que quieras, que yo te lo concederé”. San Caralampio agradeció a Dios por tal gracia y le dijo: "Para mí, Señor, es gran cosa que me hayas juzgado digno de verte con tanta gloria. Si es de tu agrado, Señor, te pido, que des tal virtud a mi nombre, que donde quiera que mis reliquias sean depositadas, o se celebre mi memoria, no haya en aquel lugar ni hambre, ni peste, ni aire alguno contagioso; antes bien en tales lugares reine la paz, la salud de cuerpos y almas, la abundancia de trigo, de vino, y de animales necesarios para el sustento del hambre. Y si te complace, Señor, donde se conserve la memoria de mi martirio, preserva de toda plaga a sus animales, y a sus almas de todo mal. Señor, tú conoces que son de carne, y sangre; perdónales sus pecados, y concédeles la abundancia de sus cosechas, para que alaben a quien les hace tanto beneficio. En fin, Dios y Señor nuestro, derrama sobre todos tu gracia". La voz le respondió: “Hágase como lo has pedido, mi generoso Atleta”, y al momento sin que el cuello de san Caralampio fuera tocado por la espada murió al instante, a la edad de 113 años, y subiendo rodeada de gloria al cielo su alma, desapareció la visión.
Presenciaron todo el suceso los soldados, y al punto fueron a contárselo al emperador, de lo que quedó atónito y pasmado, y entonces permitió a su hija santa Galena recogiese el venerable cadáver de su santo maestro, que guardó en una urna de oro, embalsamado y envuelto con un lienzo finísimo.
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