Amo, Señor, tus sendas, y me es suave la carga
(la tocaron tus hombros) que en mis hombros pusiste;
pero, a veces, encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste;
que el agua del camino es amarga... es amarga;
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombría y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste; ¡hasta la muerte, triste!...
El espíritu débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisieran reposar...
Mas, entonces me miras... y se llena de estrellas,
Señor, mi obscura noche... Y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar...
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