Eran en una casa comensales
Mono y Gato (traviesos animales).
Por uno u otro modo
entre los dos, lo destrozaban todo.
Un día estaban ambos con sosiego
en el rincón del fuego,
mirando asar castañas,
y preparando sus malditas mañas,
para ver si podían robarlas,
porque veían en ello dos ganancias,
cuanto menos,
los perjuicios ajenos y la utilidad propia.
Dijo el mono, con agradable tono al gato
(cuando salió la cocinera):
«Sácame esas castañas con tu mano,
queridísimo hermano.
Si Dios me hubiera hecho
sujeto de provecho
para sacar del fuego las castañas,
súplicas no te haría tan extrañas».
El gato comedido,
de su ruego movido,
con gracioso manejo,
las fue sacando con gentil despejo.
El simio las mondaba,
y enteras en su buche las guardaba.
Entró la cocinera,
y simio y gato huyeron a carrera.
(Poco contento el gato
de haber hecho un papel tan caro).
Moraleja: «No quedan más gustosos los que por complacer al poderoso, les adulan el gusto, porque al final, terminan cosechando un susto».
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