"Tú no temas, basta que tengas fe" (Mc 5,21-43)
Señor Jesús, te reconocemos presente en nuestra vida y cada día somos testigos de los milagros que en ella haces. Gracias porque realmente cuando hay fe, Tú te haces presente y eres capaz de transformarlo todo.
Señor Jesús ¡son tantas las situaciones, las circunstancias, las heridas, las rupturas, los vacíos y las dudas que tenemos! que al leer hoy en tu evangelio ese "tú no temas" verdaderamente siento que me lo dices a mí. Y un día más te confirmo que tengo fe en Ti y que busco tu rostro y que me sé por Ti acompañado.
Señor Jesús, fortalece mi fe, hazme fuerte ante las dudas, haz que siga creyendo en tus milagros, dame una confianza en tu Palabra sin límites, restablece mi docilidad a tu Espíritu, hazme rebelde en fidelidad, crea en mí un corazón puro y dispuesto.
Señor Jesús, necesitamos tus palabras, tus milagros, tus gestos, tu modo de restablecer vidas y dignidades, tu amor incondicional por cada uno de nosotros. Por eso, una mañana más te pido fe en Ti. Una fe sencilla, de oraciones cotidianas y de gestos que cambian la vida de la gente. Una fe en Ti, sin más complementos que tu presencia incondicional.
Así te lo pido. Así sea.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 21-43
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente y preguntaba:
«¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaban:
«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"»
Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice:
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentran el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. y después de entrar les dijo:
«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Iniciemos el mes con el ejemplo de esta santa mujer
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