jueves, 31 de marzo de 2022

MEDITACIÓN JUEVES IV DE CUARESMA C (P. Damián Ramírez)

"Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero" (Jn 5,31-47) 

Señor Jesús, si yo soy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero.
 
También yo hago mías estas palabras de tu Evangelio ¡Me gustaría tanto ser testigo tuyo en medio de mi vida cotidiana, de mi familia, de mis amigos y de mis compañeros de trabajo!
 
Es por eso, Señor Jesús, que esta mañana te digo:

- Hazme testigo de tu Evangelio.
- Hazme testigo de que se puede ser feliz siendo bueno.
- Hazme testigo de que tu Palabra transforma mi modo de entender todo cuanto acontece.
- Hazme testigo de tu luz.
- Hazme testigo de la vida abundante de la que tú nos hablas.
- Hazme testigo de que se puede vivir desde el espíritu de las bienaventuranzas.
- Hazme testigo de lo que obras en mi vida cada día.
- Hazme testigo de tu Pasión.
- Hazme testigo de tu resurrección.
- Hazme testigo de los milagros cotidianos que haces en nuestra vida.
- Hazme testigo de tus gestos, palabras y acciones.
- Hazme testigo de tu invitación a dejarlo todo y seguirte.
- Hazme testigo de la esperanza.
- Hazme testigo de la verdadera alegría. 

Señor Jesús, me gustaría no dar testimonio de mí, ni hablar tanto de mí a los otros, ni querer ser yo el protagonista, sino ser testigo tuyo, ir tras tus pasos siempre, aprender de Ti. 

Hazme un buen testigo tuyo y de tu Evangelio. 

Así te lo pido. Así sea.


Lectura del santo evangelio según san Juan 5, 31-47

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».






 

ORACIÓN A SANTA BALBINA PARA PEDIR SANACIÓN DE LLAGAS, HERIDAS Y PÚSTULAS


Gloriosa santa Balbina, hermosa mujer romana que viste perdida tu belleza por una cruel enfermedad que enfermó y deformó tu cuerpo cubriendo tu rostro de repulsivas llagas, granos y pústulas purulentas, creando en tu vida la desesperación, el dolor y la desidia.
Tú que tuviste la oportunidad de besar las benditas cadenas de san Pedro y de este modo quedaste curada por un milagro instantáneo, acude en mi auxilio y ayúdame a sanar de todo grano, pústula, acné, sarpullido, herpes y llagas que continuamente aparecen en mi cuerpo, afeándolo y causando mi depresión.
Te ruego que seas mi intercesora ante nuestro Señor y la Santísima Virgen para que yo, por tu bendita mediación, quede libre y curado de tan odiosa enfermedad que ahoga mi espíritu y paraliza mi vida, acomplejándome y haciéndome sentir diferente y apartado de los demás.
Bendita mujer que, realizado el milagro en ti, aceptaste la fe cristiana, viviendo santamente y ofreciendo tu vida en martirio para llegar a conseguir vivir eternamente en la gloria de Dios, nuestro Señor.
No desdeñes hoy mi súplica y ayúdame a conseguir la sanación de esta enfermedad tan cruel que devasta mi cuerpo y mi espíritu; tú mejor que nadie conoces sus efectos y el desasosiego que produce.
Ruega a Dios por mí, hermosa virgen y mártir, para que un día pueda gozar contigo de alegría de estar en el cielo junto a ti, rindiendo honores a la Santísima Trinidad. Amén.

SANTA BALBINA DE ROMA, MÁRTIR



Santa Balbina, virgen romana, fue hija del carcelero Quirino. Era tanta la hermosura de esta doncella que causaba la admiración de todos. Quiso el Señor castigar a su padre, que por orden del príncipe Aureliano, gobernador de Roma, mantenía en prisión y maltrataba al papa Alejandro, y le quitó su hermosura enviándole el mal llamado de "lamparones", que la dejó totalmente desfigurada y gravemente enferma.
Había oído decir Quirino al santo mártir Hermes, a quien también tenía en su casa preso los muchos milagros que el Santo Pontífice obraba en nombre de Cristo y recurrió a él, llevando consigo a Balbina, y postrado a sus pies le prometió que si sanaba a su hija aceptaría la conversión al cristianismo. Y así lo hizo san Alejandro, porque tocándola con las cadenas de san Pedro Dios le devolvió su hermosura y su salud. En ese momento se les apareció un ángel en apariencia de niño pequeño que le dijo:
- Balbina, Jesús te ha sanado y te quiere para que seas su esposa. Procura serle siempre fiel y guarda tu virginidad para Él, que serás por ello recompensada.
Quirino, viendo a su hija sana, rebosaba alegría, y junto con su hija y otros muchos, fueron bautizados.
Balbina, consagrando su virginidad y hermosura al Esposo que se le había dado, hizo ver con la santidad de su vida cómo el cristianismo puede juntar dos dones, que son una gran hermosura y una virginal pureza.


Balbina fue apresada por Aureliano, perseguidor de los cristianos, por haber dado sepultura al mártir san Hermes. Por no renegar de su fe y después de múltiples tormentos soportados por su frágil cuerpo con entereza, Aureliano la condenó a morir decapitada el 31 de marzo del año 168.








miércoles, 30 de marzo de 2022

MEDITACIÓN MIÉRCOLES IV DE CUARESMA C (P. Damián Ramírez)

"Mi Padre sigue actuando" (Jn 5,17-30)

Señor Jesús, así lo creo. Y así te lo confieso esta mañana:
Creo en un Dios que no puede escribirse con minúscula. 
Creo en un Dios tan poderoso que solo sabe ser Dios cuando aparece velado en lo pequeño, en lo débil, en lo roto, en lo desechable. 
Creo en un Dios que en el amor tiene su mejor versión. 
Creo en un Dios presente en su aparente ausencia, ausente en mi presencia, totalmente Él cuando totalmente en lo más íntimo de mí mismo. 
Creo en un Dios discreto en su grandiosidad y grandioso en su modo sencillo de actuar. 
Creo en un Dios que es Palabra y Palabra hecha Hijo e Hijo hecho hermano, tan hermano, que me siento de los suyos. 
Creo en un Dios cuya misericordia supera todas mis debilidades, todas mis faltas y todos mis egoísmos. 
Creo en un Dios que cura, sana y salva. 
Creo en un Dios al que no puedo engañar, ni sobornar, ni esconder, ni quedármelo solo para mí. 
Creo en un Dios capaz de todo en el amor, y en el amar presente en todas sus formas si ese amor ni cansa ni se cansa. 
Creo en un Dios justo, leal, cercano. Un Dios que acompaña nuestra Historia y me hace guiños cuando menos lo espero. 
Creo en un Dios alegre, sonriente y solidario con todas mis causas justas y con todos mis anhelos de felicidad verdadera. 
Creo en un Dios al que puedo mirar cara a cara y con el que es fácil entablar conversación de buenos amigos. 
Creo en un Dios que sale a mi encuentro y que ante mis búsquedas responde siempre con una invitación a ser en todo como Él y a practicar su modo de proceder. 
Creo en un Dios al que cada mañana me dirijo con tanta confianza que el solo hecho de ponerme en su presencia ya me bendice. 
Creo en un Dios bueno, amigo y hermano. 
Creo en un Dios cuyo rostro es Jesús y cuya presencia siento por la fuerza de su Espíritu. 
Creo en un Dios que me da vida y en la vida me acompaña y sostiene con ternura. 
Creo en un Dios que tanto me quiere que me entrega cada jornada a su Hijo para que acompañe mis pasos. 
Creo en un Dios que, aun a pesar de mis debilidades e ingratitudes hacia Él, sigue actuando en mí.  
Y así pido que siga siendo. Amén.


 

Lectura del santo evangelio según san Juan 5, 17-30

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».
Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre.
No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».






martes, 29 de marzo de 2022

EL PARALÍTICO DE LA PISCINA (MILAGRO DE JESÚS)

...Había en Jerusalén, junto a la puerta del ganado, una piscina, que en hebreo se llama Beth-es-da, y la cual tenía cinco pórticos... (San Juan, cap. V). 


Era el día de la Pascua y salía Jesús del templo de Salomón, rodeado de las turbas. Los galileos lo miraban como rey, esperando impacientes el momento de que manifestase su voluntad de ser proclamado. Los nazarenos lo contemplaban como Dios y temblaban solo de pensar que pudiera reintegrarse al cielo. Los judíos lo observaban como hombre y -cosa singular- cuanto más se convencían de que era un hombre como ellos, más comprendían también que era algo superior a todos los hombres.
Jesús caminaba lenta y serenamente. De su faz partía una extraña iluminación transparente que irradiaba consuelo y ventura para todos. Nadie que mirase una vez sus ojos podría olvidar el infalible resplandor que en ellos ardía. Ninguno que viera sus sonrisas renunciaría al deseo de volver a verlas en sus labios de fuego, un poco melancólicos, no obstante estar cargados de dulzura.
No lejos del templo estaba la piscina probática con su estanque, donde se purificaban para el sacrificio las reses, y sus cinco pórticos, a la sombra de los cuales un enjambre de enfermos mosconeaba eternamente el coro abigarrado de sus desventuras. Había ciegos, cojos, mancos, tullidos, sordos, mudos. De las manos de unos se escapaba el doloroso crujido de los huesos como si fuera el crepitar de dos hogueras que consumiesen descarnadas gavillas de sarmientos. Los cuerpos de otros se doblaban bajo el plomo de los años, que iba cayendo, gota a gota, sobre las aguas del estanque. En las frentes de todos aquellos miserables iba desangrándose poco a poco el pensamiento y con él la esperanza.
Pero ninguno tan triste, tan abatido, tan harapiento y tan desesperanzado como el paralítico.
De cuando en cuando un ángel descendía y agitaba las aguas y el que primero llegase entonces y se bañara en ellas curaba de toda enfermedad.
Y el infeliz llevaba treinta y ocho años bajo el arco del pórtico, sin haber conseguido que nadie le ayudara a zambullirse en la piscina. 
Cuando Jesús se acercó a él estaba llorando.
- ¿Por qué lloras? -le preguntó.
El desventurado refirió al Maestro su horrible desventura.
La voz milagrosa de Jesús resonó en el pórtico.
- Levántate -dijo al paralítico-, toma tu lecho y anda.
Y el paralítico sanó, y cargándose sobre los hombros el fementido lecho, fue por las calles publicando el prodigio...


Como siempre, la virtud celestial había servido a la fe. Muchedumbre de enfermos encontró Jesús en la piscina. A todos podría haberlos curado. Todos eran creyentes, puesto que esperaban allí, esperanzados, la hora en que descendiese el ángel a remover las aguas. Pero ninguno con tan íntima perseverancia como el pobre tullido. Y la caricia de las manos de azucena fue para él... Mil veces nos ha ocurrido a nosotros creernos los últimos en la esperanza de remediar nuestras pesadumbres. La idea del fatalismo -un fatalismo inexorable y rígido como la marcha de los astros- ha cruzado por nuestra frente y hemos bajado, resignados, la cabeza, dejándonos llevar por la vida, en sus vaivenes. El valor de la esperanza no ha sido reconocido por nuestro corazón. Mucho menos el de la perseverancia... ¡Y cuán fácil es que, súbitamente, llegue a nosotros el remedio! El paralítico de la piscina de Beth-es-da estaba allí desde mucho antes de nacer Jesús. Cada vez que el ángel descendía y él no lograba asaltar el primero las aguas revueltas lloraba en silencio, pero no desesperaba. Y un día pascual, cuando menos aguardaba la milagrosa medicina que había de sanarlo, la mano del Profeta se extendió, luminosa, sobre su frente sombría. ¿Por qué no hemos de confiar nosotros? ¿Por qué en el calendario de nuestra vida no hemos de tener señalado, como el paralítico de Jerusalén, nuestro día pascual...?

De "Parábolas y milagros de Jesús" (La novela corta, Madrid 1920)

MEDITACIÓN MARTES IV DE CUARESMA C (P. Damián Ramírez)

"Levántate y echa a andar" (Jn 5,1-16) 

Señor Jesús, gracias. Abrir los ojos, levantarme, descubrir el regalo de un nuevo día y escuchar tus palabras de aliento y misión: "Levántate y echa a andar" ¡Qué más puedo pedir!

Señor Jesús, ante la guerra, ante el absurdo y el sin sentido de la violencia yo me levanto y echo a andar. Ante la injusticia y la desigualdad, ante la ley del mínimo esfuerzo y la queja continua por todo, yo me levanto y echo a andar. Ante la pobreza, la miseria generada por la codicia y la indiferencia, yo me levanto y echo a andar. 

Señor Jesús, ante la falta de ternura y de cuidado, ante la ausencia de compasión y misericordia, ante nuestros débiles compromisos y nuestras palabras vacías, yo me levanto y echo a andar. 

Señor Jesús, hoy yo me levanto y echo a andar y salgo a la calle para ser Buena Nueva en medio del mundo. Quisiera ser abrazo, caricia, ternura, escucha y compañía para quien lo necesite. Ayúdame a coger mi camilla y a seguir construyendo tu Reino. 

Así te lo pido. Así sea. 


Lectura del santo evangelio según san Juan 5, 1-16

Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:
«¿Quieres quedar sano?».
El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».
Jesús le dice:
«Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».
Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron:
«¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:
«Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.






lunes, 28 de marzo de 2022

LOS DOS AMIGOS Y EL OSO (Fábula de Félix María Samaniego)


A dos amigos se aparece un oso:
el uno, muy medroso,
en las ramas de un árbol se asegura;
el otro, abandonado a la ventura,
se finge muerto repentinamente.
El oso se le acerca lentamente;
mas como ese animal, según se cuenta,
de cadáveres nunca se alimenta,
sin ofenderlo lo registra, y toca,
le huele las narices, y la boca;
no le siente el aliento,
ni el menor movimiento,
y así se fue diciendo sin recelo:
Este tan muerto está como mi abuelo.
Entonces el cobarde
de su gran amistad haciendo alarde,
del árbol se desprende muy ligero.
Corre, llega, y abraza al compañero.
Pondera la fortuna
de haberlo hallado sin lesión alguna.
Y al fin le dice: sepas que he notado
que el oso te decía algún recado.
¿Qué pudo ser? Te diré lo que ha sido.
Estas dos palabritas al oído:
Aparta tu amistad de la persona
que si te ve en el riesgo, te abandona. 

EL HIJO PRÓDIGO (PARÁBOLA DE JESÚS)

...Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: Dame la parte de herencia que me corresponde. Y él les repartió la hacienda... (San Lucas, cap. XV).


Era Jesús un inmenso corazón. Toda su carne era corazón. La frente cuando pensaba era corazón. Los labios cuando reían eran corazón. El pecho cuando alentaba era corazón. Las manos cuando bendecían eran corazón. Los pies cuando caminaban eran corazón...
Sabía amar de tal modo que juntaba todos los amores, fundiéndolos en uno solo. Era, al mismo tiempo, padre, hijo, hermano, amigo... Para la esencia afectiva en que se abrasaba no había límites, ni había fronteras, ni existían distinciones, ni cabían tibiezas. Jesús amaba con idéntico ardor a todos. Si alguna preferencia daba su cariño, más era promesa de futuros premios que efectividad de presentes galardones.
Pero, especialmente, Jesús tenía amor intenso de padre. Consideraba la humanidad como una filiación unánime, y rodeado de ella acusaba vigoroso las líneas de la paternidad -de una paternidad virgen, como la maternidad de María- aconsejando a sus hijos, cubriéndolos de caricias, bañándolos de ternura, colmándolos de amor...
Y, simbolizándose a Sí mismo, les refería la siguiente parábola:

"Un padre tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo: Dame la parte de herencia que me corresponde. Y él les repartió la herencia.
El hijo menor recogió todas sus cosas y a los pocos días se marchó a un país remoto, donde derrochó su hacienda viviendo disolutamente.
Y cuando todo lo hubo malbaratado sobrevino un hambre espantosa en el país y comenzó a faltarle qué comer.
Entonces entró a servir a un campesino, el cual le envió a su granja para que le apacentase los cerdos.
Y cuidándolos, deseaba con ansia henchir su vientre con las algarrobas y mondaduras que ellos desperdiciaban.
Y volviendo en sí dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo estoy aquí pereciendo de hambre! 
Yo iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo; trátame, pues, como uno de tus jornaleros.
Y levantándose, fue en busca de su padre. Y estando lejos todavía, su padre lo vio y fue movido de misericordia, y corrió a su encuentro y le echó los brazos al cuello y le besó.


Le dijo el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti y ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.
Mas el padre, por respuesta, dijo a sus criados; Sacad el mejor vestido que haya en casa y vestidle, poned también un anillo en su dedo y calzadle las sandalias.
Y traed el ternero mejor cebado y matadlo, y comámoslo y hagamos fiesta. Porque este hijo mío estaba muerto y ha resucitado; se había perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta.
Mas he aquí que el hijo mayor estaba en el campo y al volver y llegar cerca de la casa oyó baile y música. Y llamando a uno de los criados le preguntó a qué obedecía aquello. Y él le dijo: Tu hermano ha vuelto y tu padre ha hecho matar un becerro cebado por haberle recibido sano y salvo.
Entonces él se enojó y no quería entrar. Hubo de salir su padre a rogarle que entrara. Pero él le replicó diciendo: ¿Es justo que estando tantos años sirviéndote, sin haberte desobedecido jamás en cosa alguna que me hayas mandado, nunca me hayas dado un cabrito para merendar con mis amigos? Y ahora que ha vuelto este otro hijo tuyo, después de haber derrochado su hacienda, hayas hecho matar para él un becerro cebado?
A lo que el padre contestó: -Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todos mis bienes son tuyos. Mas ya ves que era muy justo celebrar un banquete y regocijarnos, porque este hermano tuyo había muerto y ha resucitado, se había perdido y ha sido hallado...".
Para concebir la figura dulcísima de este padre, Jesús no tuvo más que copiar su propio corazón. En él no había presentes más recuerdos que los de la virtud o los del arrepentimiento, nunca los de la culpabilidad. Su omnisciencia infinita lo abarcaba todo, desde la estrella más alta del firmamento hasta la gota más profunda de los mares, desde el delito más oculto hasta la piedad más remota. Y sin embargo, en su hora paternal, que vivía siempre, no detenía la memoria sobre los males hechos, sino únicamente sobre las buenas obras. Había venido al mundo para redimirle, no para castigarle, y sabía que la eficacia de la redención estribaba en abrir los brazos a todas las personas para que arropándose en ellos se uniesen sus corazones oprimidos en una sola palpitación de amor que les acercase al cielo, como se acercan los astros en el fraterno latido con que vibra el alma sideral de los espacios.
 

MEDITACIÓN LUNES IV DE CUARESMA C (P. Damián Ramírez)

AL HILO DEL EVANGELIO

Aquel funcionario real fue a ver a Jesús porque la enfermedad de su hijo le dolía. Y le pidió insistentemente por su hijo. Jesús acabó curando al enfermo: -"Anda, tu hijo vive".
La necesidad...  el dolor por el enfermo...la petición... la curación... Y acabó el proceso así: "Y creyó él con toda su familia".
Yo también he de creer y de acrecentar mi fe. También, si lo pienso, veo que hay un proceso en mi vida y he de reflexionar:
-¿Me duele la gente?
-¿Insisto en la plegaria?
-¿Agradezco la fe que tengo?
-¿La acreciento?
¡BUEN DÍA! ¡BUEN INICIO DE SEMANA!


Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 43-54

En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.






domingo, 27 de marzo de 2022

EL FARISEO Y EL PUBLICANO (PARÁBOLA DE JESÚS)

...Dos hombres subieron al templo a orar, el uno era fariseo, y el otro publicano... (San Lucas, cap. XVIII).


Formaban los fariseos su sacerdocio seglar, y dentro de él, una secta que trataba de distinguirse de las otras, por sus severidades externas, por su respeto al Talmud y su estricta devoción religiosa. Alardeando de mantenerse puros, iban por la calle tocados de un velo, para no mirar a las mujeres. En los pórticos del templo se pasaban gran parte de la mañana discutiendo cuestiones canónicas. Dentro de él, en las naves, en la tribuna o en el Santuario, se mantenían llenos de piadosa unción. Los hierosolimitanos les temían porque eran poderosos y los respetaban, por creerlos sinceramente castos y por estimarlos positivamente justos.
En cambio, los publicanos constituían una casta ruin y despreciable. Llegaron a Jerusalén con la dominación romana, que estableció por primera vez en los risueños valles de Judea los impuestos ciudadanos, y encargados de cobrarlos, se hicieron enojosos a la gente, que los aborrecían. Los publicanos vivían fuera de la sociedad general, en pequeñas tribus reunidas en aduares al rededor de las aduanas, junto al mar de Galilea o en el camino de Damasco.
Decir, pues, fariseo era decir personaje principal, severo de costumbres, religioso y respetable. Decir publicano era decir hombre rapaz, odioso, confabulado con asesinos y ladrones para robar al pueblo...
Un día en que Jesús predicaba sobre la intimidad de la oración y sobre el recato de la virtud, vio ante sí un fariseo que le escuchaba, reverente al parecer pero, de hecho, con gran enojo intento, porque siendo galileo, había de aborrecerle y, siendo sabio, de envidiarle.
Por excepción, aquel día no usó Jesús el lenguaje dulce y seductor que casi siempre usaba. Su voz fue austera, precisa, sin el maravilloso ropaje celestial de que vestía su pensamiento cuando hablaba, por ejemplo, de las vírgenes prudentes o de la oveja descarriada, y tremó en el espacio como un radiante estallido de la cólera divina. Habló así:
"Dos hombres subieron al templo a orar; el uno era fariseo, y el otro publicano. 
El fariseo, puesto en pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh , Dios!, yo te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana, y pago los diezmos de todo lo que poseo.
El publicano, al contrario, oculto en un rincón, no se atrevía siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se daba golpes de pecho, diciendo: Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pobre pecador.
En verdad os digo que este volvió a casa perdonado, mas no el otro, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".


En todo era humilde el celestial Nazareno. Así pudo crear, principalmente, la escuela de la humildad. Tan humilde nació que, siendo suyo el mundo, tuvo por techo un establo y por cuna un pesebre. Tan humilde vivió de niño que, estando en su mano todas las riquezas, ganó su pan de maíz con el sudor de su frente, en una carpintería aldeana. Tan humilde fue de hombre que, siendo rey de reyes y señor de señores, escogió por morada el campo, se alimentó de frutas, y algunas noches no tuvo donde reclinar su cabeza. Tan humilde murió que, siendo el justo entre los justos, se dejó clavar en una cruz y escogió por compañeros de agonía a dos ladrones...
Rebusquemos entre todos los esfuerzos de que sea capaz nuestra alma, el más alto y heroico, el más virtuoso y cristiano. Pongámoslo enfrente de la seducción de los honores, de los títulos, de las preeminencias, de los triunfos o de los tesoros. Ese esfuerzo se apagará enseguida. El alma no sabrá rechazar el vaso de oro de la soberbia, y lo acercará a los labios; no sabrá rehuir el rayo de luz de la vanidad, y lo clavará en su frente... Si a cualquiera de nosotros se nos ofreciera ser reyes un solo día a cambio de ser esclavo muchos años, no dudaríamos en aceptar el trono. Detrás del corazón de cada hombre hay escondido un anarquista. Delante, se haya acurrucado un emperador...

De "Parábolas y milagros de Jesús" (La novela corta, Madrid 1920)

MEDITACIÓN DOMINGO IV DE CUARESMA C (P. Damián Ramírez)

¡Buenos días!
Amanece el cuarto  domingo de Cuaresma (domingo de la Alegría). 
Hoy recordaremos que la gran revelación de Jesús es mostrarnos a Dios como Padre, como alguien dispuesto siempre a la misericordia y al perdón. 
Escucharemos en el Evangelio la parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso.
¡Buen, alegre y bendecido día!


Lectura del santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

 


sábado, 26 de marzo de 2022

VIDA Y MARTIRIO DE SAN CÁSTULO


Cástulo era chambelán del emperador 
Diocleciano y esposo de Irene de Roma.

Convertido al cristianismo, prestó su casa para los servicios religiosos cristianos dentro del propio palacio del emperador, en el que oficiaron el rito San Marcos y San Marcelino.​ Es uno de los santos asociados a la vida de San Sebastián.

Junto a su amigo San Tiburcio recorrió Roma convirtiendo hombres y mujeres al cristianismo, y llevándolos ante el papa Cayo para que fueran bautizados.​ Posteriormente fue traicionado por un apóstata cristiano y llevado ante Fabiano, prefecto de la ciudad.

Cástulo fue detenido y torturado fuertemente, llevándolo a enterrar vivo en un foso cubierto con arena, en la Vía Labicana, en Roma.  Su santa esposa Irene, logró rescatarlo de semejante atrocidad. Sin embargo, poco después, en el año 286, Cástulo fue finalmente ejecutado y su esposa, Irene de Roma, igualmente sufrió martirio en el año 288

MEDITACIÓN SÁBADO III DE CUARESMA C

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».






ORACIÓN SAN BRAULIO


Señor, tú que colocaste a San Braulio en el número de los santos pastores 
y lo hiciste brillar por el ardor de la caridad y de aquella fe que vence al mundo, haz que también nosotros, por su intercesión, perseveremos firmes en la fe y arraigados en el amor y merezcamos así participar de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

viernes, 25 de marzo de 2022

LA SERPIENTE Y LA LIMA (Félix María Samaniego)


En casa de un cerrajero
entró la serpiente un día,
y la insensata mordía
en una lima de acero.
Díjole la lima: "El mal,
necia, será para ti,
¿cómo has de hacer mella en mí
que hago polvos el metal?".
Quien pretende sin razón
al más fuerte derribar,
no consigue sino dar
coces contra el aguijón. 

EXAMEN DE CONCIENCIA

HE PECADO MUCHO DE PENSAMIENTO

1. Por las veces que he pensado una cosa, pero he hecho otra…
2. Por las veces que con el pensamiento he ofendido a Dios y al prójimo, aunque exteriormente no haya aparentado nada…
3. Por las veces que he juzgado mal y por las veces que he perdido el tiempo pensando cosas que no me llevan a nada bueno, sino que por el contrario, me incita al mal…

HE PECADO MUCHO DE PALABRA

4. Por las malas palabras, dichas, sobre todo con coraje y odio, con el fin de insultar o herir a los demás…
5. Por las críticas, las murmuraciones y los juicios destructivos que hago de los demás…

HE PECADO MUCHO DE OBRA

6. Por todas las obras que van en contra del amor de Dios y al prójimo como son: envidia – egoísmo – rencor – venganza - ira – desilusión – desinterés – indiferencia – lujuria…
7. Por no cumplir mis obligaciones y ser infiel a los compromisos contraídos a nivel personal con Dios o con otras personas…

HE PECADO MUCHO DE OMISIÓN

8. Por las veces que suelo decir eso de “Yo no robo, ni mato, ni le hago mal a nadie…” sin caer en la cuenta que he dejado de hacer cosas que Dios esperaba de mí…

PERDÓN SEÑOR

9. Por mi orgullo – autosuficiencia – cegueras – codicia – apegos materiales –frialdad – dureza de corazón – insolidaridad – injusticia – omisiones – faltas de fe – esperanza y caridad…
10. Por no ser testigo de tu amor a mi alrededor… 

VIDA Y MARTIRIO DE SANTA MARGARITA CLITHEROW

Margarita fue hija de un rico vendedor de cera, llamado Tomás Middleton, que era hacendado de la ciudad de York y que tuvo el cargo de comisario, del año 1564 a 1565. Este murió poco después y su esposa, luego de cinco meses, contrajo nupcias con un hombre de inferior condición, de nombre May, que estableció su residencia con la familia en la casa Middleton y Davygate.

Allí fue donde Margarita se casó, en 1571, con Juan Clitherow, ganadero y carnicero que, como el padre de Margarita, era un hombre acomodado y había tenido cargos públicos.

Margarita fue educada en el protestantismo, pero dos o tres años después de su matrimonio abrazó la fe católica, después de haberla estudiado.

Su esposo, bondadoso y de buen carácter, parece no haberse opuesto entonces ni en ningún momento a los deseos de su mujer. Él no tenía madera de héroe y continuaba conforme a la religión del Estado.

El señor Clitherow acostumbraba decir que encontraba dos defectos en su mujer: que ayunaba demasiado y que nunca lo acompañaba a la iglesia. Muy al principio, parecía que Margarita podía practicar su fe sin mucha dificultad y podía buscar a los apóstatas y hacer que se convirtieran, pero las leyes se hicieron más duras y fueron cumplidas más estrictamente.

Varios cautelosos amigos le advirtieron que fuera más circunspecta. Se le impusieron multas al señor Clitherow por las continuas faltas de asistencia de su mujer a la iglesia y a ella misma se le encarceló varias veces en el castillo, una de ellas por dos largos años. Las condiciones de vida allí, como sabemos por datos contemporáneos, eran muy malas; las celdas eran obscuras, húmedas, llenas de parásitos, y muchos de los cautivos morían durante su reclusión; aún así, Margarita consideraba esos períodos de encarcelamiento como retiros espirituales, orando y ayunando cuatro días a la semana, práctica que continuó después de obtener su libertad. No está clara la fecha en que ella empezó a abrir su casa a sacerdotes fugitivos, pero se sabe que continuó haciéndolo así hasta el fin, a pesar de la promulgación de la ley que castigaba con la muerte el dar albergue a los sacerdotes.

Los padres Thompson, Hart Thirkill, Ingleby y muchos otros habían estado ocultos en la cámara secreta para sacerdotes. Margarita también proporcionaba y se encargaba del cuidado de todo el material que se requería para el servicio del altar, tanto ornamentos como vasos sagrados.

Poseyendo una agradable figura, dotada de agudo ingenio y alegría, Margarita tenía una encantadora personalidad.

En muchos casos, gentes que sostenían otras creencias eran las primeras en escudarla y advertirle de algún peligro que la amenazaba. Más aún, como una verdadera mujer de Yorkshire, era una magnífica ama de casa y hábil para los negocios. 

No nos sorprende encontrar que a menudo urgía a su esposo a desentenderse de la tienda y todas sus preocupaciones y dedicar sus energías a ventas al mayoreo. Empezaba cada día con una hora y media dedicada a la oración y meditación. Si había algún sacerdote disponible, se celebraba la misa y para escucharla se arrodillaba atrás de sus hijos y sirvientes en el lugar más bajo, a un lado de la puerta, tal vez para poder dar la señal de alarma en caso de ser sorprendidos.

Dos veces por semana, los miércoles y domingos, trataba de confesarse. Aunque no era una mujer muy culta, había aprendido mucho de los sacerdotes que frecuentaban la casa y conocía tres libros perfectamente: la Biblia, la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis y el Ejercicio de Perrín. En alguna ocasión -quizás en la cárcel-, había aprendido de memoria el pequeño oficio de Nuestra Señora en latín, en previsión de que Dios la llamase alguna vez a la vida religiosa.

El recuerdo de los sacerdotes martirizados a quienes ella había conocido y que habían sufrido en Knavesmire, estaba constantemente en ella y, cuando su esposo salía de viaje, ella algunas veces iba descalza en peregrinación con otras mujeres al lugar de la ejecución, fuera de las murallas de la ciudad. A todas horas, era esto una acción peligrosa debido a los espías, pero particularmente durante el día, y por lo tanto, iban generalmente de noche y Margarita permanecía meditando y orando bajo la horca "todo el tiempo que su acompañamiento se lo permitía".

Estas visitas pronto terminaron, ya que Margarita, durante el último año y medio antes de su aprehensión final tuvo que permanecer recluida en su propia casa, "como en libertad encadenada", por el delito de haber enviado a su hijo mayor a una escuela allende los mares.

El 10 de marzo de 1586, el señor Clitherow fue citado a comparecer ante el tribunal de York, establecido por el Gran Consejo del Norte y, en ausencia del amo, su casa fue cateada. No se encontró nada sospechoso, hasta que los esbirros llegaron a un cuarto alejado, donde los niños y otros más estaban siendo instruidos por un maestro de escuela llamado Stapleton, a quien ellos tomaron por sacerdote.

En la confusión que se siguió, el maestro pudo eludirlos y escapar por el cuarto secreto, pero los niños fueron interrogados y amenazados. Un niño extranjero, de once años, que vivía con la familia, se aterrorizó tanto, que descubrió la entrada del cuarto de los sacerdotes. Nadie lo ocupaba, pero en una alacena se encontraron vasos y libros que obviamente eran usados para la celebración de la misa. Estos fueron confiscados y Margarita fue aprehendida y llevada, primero ante el Consejo y después a prisión en el castillo.

Una vez tranquilizada sobre la seguridad de su familia, su valor nunca la abandonó y cuando dos días más tarde se le reunió la señora Ana Tesk, a quien el mismo niño había delatado por frecuentar los sacramentos, las dos amigas bromearon y rieron juntas hasta que Margarita exclamó: "Hermana, estamos tan contentas juntas que temo, a no ser que se nos separe, perder el mérito de estar encarceladas."

Poco antes de que se les citara a comparecer ante el juez, dijo: "Antes de partir, haré felices a todos mis hermanos y hermanas del otro lado de la sala"; y, mirando hacia ellos a través de una ventana hizo un par de horcas con sus dedos y agradablemente se rió de ellas.

Después de leído el cargo, en que se le acusaba de albergar y sostener a los sacerdotes y de oír la misa, el juez le preguntó si se consideraba culpable o inocente. Ella replicó: "No conozco ninguna ofensa por la que me deba declarar culpable", y cuando se le preguntó cómo quería ser juzgada, ella solo dijo: "No habiendo cometido ningún delito, no necesito ser juzgada".

Nunca se apartó de esta posición, aunque se le instruyó varias veces y se le urgió a que se declarara culpable y escogiera ser juzgada por un jurado. Ella sabía que esto significaba la muerte de todas maneras, pero si aceptaba ser juzgada, sus hijos, sirvientes y amigos serian llamados a atestiguar y, o mentirían para salvarla, cometiendo perjurio o tendrían que dar testimonio de lo que sabían y así sufrir el escándalo y la pena de haber causado su muerte.

Se hicieron muchos intentos para persuadirla a que apostatara o, por lo menos, a que se sujetara al juicio. El juez Clinch, que habría querido salvarla, fue dominado por los otros miembros del Consejo y, finalmente, pronunció la terrible sentencia que la ley inglesa decretaba para todo el que se negaba a declararse culpable, a saber, que debería ser prensado hasta morir. Ella oyó la sentencia con la mayor serenidad y dijo: "Gracias sean dadas a Dios; todo lo que Él me envíe es bien recibido. No soy digna de tener una muerte tan buena como esta".

Después de esto, fue puesta en prisión. Ni siquiera entonces se le dejó en paz, sino que fue visitada por diversas gentes que trataban en vano de conmover su constancia, incluyendo a su padrastro, Enrique May, que había sido elegido alcalde de York. Nunca le permitieron ver a sus hijos y solamente una vez pudo entrevistarse con su marido y eso en presencia del carcelero.

Margarita iba a ser ejecutada el 25 de marzo de 1586, viernes de la Semana de Pasión y la noche anterior, ella cosió su propia mortaja. Después pasó la mayor parte del tiempo de rodillas. A las ocho de la mañana, el comisario llegó a conducirla al calabozo, a pocos metros de la prisión y "todos se maravillaron de verla gozosa y de alegre semblante".

Llegados al lugar de la ejecución, se arrodilló para rezar y, algunos de los anglicanos ahí presentes le pidieron que rezara con ellos; pero Margarita rehusó, de la misma manera que el beato Guillermo Hart (sacerdote ahorcado y descuartizado por convertir protestantes a la fe católica) se había negado a hacerlo casi exactamente tres años antes. Ella rezó en voz alta por el Papa, los cardenales, el clero, los príncipes cristianos, y especialmente por la reina Isabel para que Dios la convirtiera a la fe y salvara su alma.


Entonces fue obligada a desnudarse y tenderse boca bajo en el suelo. Se le puso una piedra lisa sobre sus espaldas y sus manos fueron atadas a postes a los lados. Se colocó otra losa encima de ella y se pusieron pesas sobre esta piedra, hasta llegar a la cantidad de 700 u 800 kilos. Sus últimas palabras, al recibir el peso sobre su cuerpo, fueron: "¡Jesús, Jesús, ten misericordia de mí!".

Tardó alrededor de un cuarto de hora en morir, pero su cuerpo fue dejado seis horas en la prensa. Tenía aproximadamente treinta años. A su esposo le había enviado su sombrero "en señal de amorosa devoción, como cabeza de su familia" y a Inés, su hija de doce años, sus zapatos y medias para significar que debería seguir sus pasos.

La niñita se hizo monja en Lovaina, mientras que dos de los hijos de la mártir fueron después sacerdotes. Una de las manos de Margarita Clitherow se conserva en un relicario en el Convento Bar, en York.