"Mi Padre sigue actuando" (Jn 5,17-30)
Señor Jesús, así lo creo. Y así te lo confieso esta mañana:
Creo en un Dios que no puede escribirse con minúscula.
Creo en un Dios tan poderoso que solo sabe ser Dios cuando aparece velado en lo pequeño, en lo débil, en lo roto, en lo desechable.
Creo en un Dios que en el amor tiene su mejor versión.
Creo en un Dios presente en su aparente ausencia, ausente en mi presencia, totalmente Él cuando totalmente en lo más íntimo de mí mismo.
Creo en un Dios discreto en su grandiosidad y grandioso en su modo sencillo de actuar.
Creo en un Dios que es Palabra y Palabra hecha Hijo e Hijo hecho hermano, tan hermano, que me siento de los suyos.
Creo en un Dios cuya misericordia supera todas mis debilidades, todas mis faltas y todos mis egoísmos.
Creo en un Dios que cura, sana y salva.
Creo en un Dios al que no puedo engañar, ni sobornar, ni esconder, ni quedármelo solo para mí.
Creo en un Dios capaz de todo en el amor, y en el amar presente en todas sus formas si ese amor ni cansa ni se cansa.
Creo en un Dios justo, leal, cercano. Un Dios que acompaña nuestra Historia y me hace guiños cuando menos lo espero.
Creo en un Dios alegre, sonriente y solidario con todas mis causas justas y con todos mis anhelos de felicidad verdadera.
Creo en un Dios al que puedo mirar cara a cara y con el que es fácil entablar conversación de buenos amigos.
Creo en un Dios que sale a mi encuentro y que ante mis búsquedas responde siempre con una invitación a ser en todo como Él y a practicar su modo de proceder.
Creo en un Dios al que cada mañana me dirijo con tanta confianza que el solo hecho de ponerme en su presencia ya me bendice.
Creo en un Dios bueno, amigo y hermano.
Creo en un Dios cuyo rostro es Jesús y cuya presencia siento por la fuerza de su Espíritu.
Creo en un Dios que me da vida y en la vida me acompaña y sostiene con ternura.
Creo en un Dios que tanto me quiere que me entrega cada jornada a su Hijo para que acompañe mis pasos.
Creo en un Dios que, aun a pesar de mis debilidades e ingratitudes hacia Él, sigue actuando en mí.
Y así pido que siga siendo. Amén.
Lectura del santo evangelio según san Juan 5, 17-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».
Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre.
No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».
No hay comentarios:
Publicar un comentario