De los cielos nublados baja la grave tristeza
y por la tierra cunde un temblor de agonía;
entre la niebla se oye la campana que reza
y parece que llora por la muerte del día.
Es el místico instante en que a ascender empieza
la universal congoja, como bruma sombría,
un refugio buscando, y paz y fortaleza,
en el materno amparo de la Virgen María.
¡Señora, yo te imploro por esta pena ardiente
de los hombres, que pasa, dejando, silenciosa,
un pliegue en cada labio y un surco en cada frente!
¡Piedad, piedad, Señora, de este dolor profundo,
en que, con la plegaria del ángelus, solloza
toda la vieja angustia del corazón del mundo!
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