Santa Balbina, virgen romana, fue hija del carcelero Quirino. Era tanta la hermosura de esta doncella que causaba la admiración de todos. Quiso el Señor castigar a su padre, que por orden del príncipe Aureliano, gobernador de Roma, mantenía en prisión y maltrataba al papa Alejandro, y le quitó su hermosura enviándole el mal llamado de "lamparones", que la dejó totalmente desfigurada y gravemente enferma.
Había oído decir Quirino al santo mártir Hermes, a quien también tenía en su casa preso los muchos milagros que el Santo Pontífice obraba en nombre de Cristo y recurrió a él, llevando consigo a Balbina, y postrado a sus pies le prometió que si sanaba a su hija aceptaría la conversión al cristianismo. Y así lo hizo san Alejandro, porque tocándola con las cadenas de san Pedro Dios le devolvió su hermosura y su salud. En ese momento se les apareció un ángel en apariencia de niño pequeño que le dijo:
- Balbina, Jesús te ha sanado y te quiere para que seas su esposa. Procura serle siempre fiel y guarda tu virginidad para Él, que serás por ello recompensada.
Quirino, viendo a su hija sana, rebosaba alegría, y junto con su hija y otros muchos, fueron bautizados.
Balbina, consagrando su virginidad y hermosura al Esposo que se le había dado, hizo ver con la santidad de su vida cómo el cristianismo puede juntar dos dones, que son una gran hermosura y una virginal pureza.
Balbina fue apresada por Aureliano, perseguidor de los cristianos, por haber dado sepultura al mártir san Hermes. Por no renegar de su fe y después de múltiples tormentos soportados por su frágil cuerpo con entereza, Aureliano la condenó a morir decapitada el 31 de marzo del año 168.
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