Permíteme, Señor, que aquí postrado,
consciente de mi nada en tu presencia,
y aun temiendo pecar de irreverencia,
me atreva al alto honor de acompañaros.
Yo sé que no soy digno de miraros;
mas fiando en tu amor y en tu clemencia,
se apacigua el clamor de mi conciencia
y me inunda la calma al contemplaros.
En el mundo, Señor, por olvidaros,
es todo confusión y algarabía,
que me inquietan de modo extraordinario.
Por eso, mi Señor, vengo a rogaros
que le dejes gozar al alma mía
del remanso de paz de tu sagrario.
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