Metieron en un serón
a un burro, y en otro igual
(no sin ponerle un bozal)
a un corpulento león.
Después que cosidas bien
las dos fundas estuvieron,
un boquete les abrieron
en menos de un santiamén.
Pero el boquete era chico,
y el pueblo no adivinaba
ni dónde la fiera estaba,
ni dónde estaba el borrico.
—Daré un premio al que lo acierte,
dijo el alcalde don Roque;
todo el mundo mire y toque,
a ver quien logra la suerte.
—Yo he sido, gritó una vieja,
y mi cálculo no marra;
por aquí asoma una garra,
por allí apunta una oreja.
Y ganó el premio la tía,
pues como era natural,
descubrió cada animal
lo que descubrir podía.
Del autor y su destino
el vulgo, que es adivino,
así juzga con razón:
¿saca la garra? león;
¿saca la oreja? pollino.
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