martes, 9 de julio de 2019

LA LEY DE DIOS Y DE LA IGLESIA. PRIMER MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS

Para que nuestras almas se salven no basta creer cuanto Dios ha revelado y la Santa Madre Iglesia nos enseña. Para que nuestras almas se salven es necesario que vivamos cristianamente, pues la fe, sin la caridad y las buenas obras, es fe muerta.
Los hombres, como el pecado en muchas ocasiones oscurece la razón, no sabríamos siempre si lo que hacemos está bien o mal hecho. Por eso Dios, para que no nos equivoquemos nunca y sepamos en todo momento lo que es pecado y lo que no lo es, así como nuestras obligaciones para con Él, para con nuestros semejantes y para con nosotros mismos, nos dio sus diez mandamientos. Y la Iglesia, para que cumplamos mejor los mandamientos del Señor, nos dio otros cinco.

Los mandamientos de la Ley de Dios fueron entregados por Dios a Moisés en la cima del monte Sinaí, escritos en dos tablas de piedra. Reciben también el nombre de Decálogo, palabra que significa "diez preceptos", y podemos dividirlos en dos grupos: el de los tres primeros, que se refieren a los deberes que tenemos para con Dios, y el de los otros siete, que nos dicen los deberes que tenemos para con nuestros semejantes.
Jesucristo dijo que todos los mandamientos se reducen a dos: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

El primer mandamiento dice así: Amarás a Dios sobre todas las cosas, es decir, más que a ninguna otra criatura. Este precepto nos obliga a creer en Él y en cuanto ha revelado, a esperar en Él y a amarle de todo corazón, es decir, a practicar la fe, la esperanza y la caridad. También nos obliga a practicar la virtud de la religión, que es la que nos inclina a dar a Dios el culto de adoración que le es debido.
Pecan contra el primer mandamiento los idólatras o adoradores de dioses falsos; los herejes, que son los que niegan alguna de las verdades de la fe; los que, pudiendo, no estudian la doctrina cristiana; los que reciben algún sacramento sin las debidas disposiciones; los que no tienen confianza en Dios, y los que pertenecen a sociedades enemigas de la Iglesia.

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