Ibas arrancando del hermoso prado
aquellas flores de tonos hechiceros,
mas, al cogerlas, espinos traicioneros
herían tu cutis terso y sonrosado.
Suspiros leves y lentos y serenos,
cruzaban la puerta de tu boca bella...
Iba tu mano a arrojar la rosa aquella;
pero al olerla, guardábasla en el seno.
Sucede en mi alma lo que en la pradera:
Eres tú la rosa que me espina el alma;
yo a pesar de todo con amante calma
aspiro el perfume de la flor tan fiera.
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