Madre del Perpetuo Socorro, concédeme la gracia de que pueda siempre invocar tu bellísimo nombre ya que él es el socorro del que vive y esperanza del que muere.
María dulcísima, María de los pequeños y olvidados, haz que tu nombre sea de hoy en adelante el aliento de mi vida.
Cada vez que te llame, Madre mía, apresúrate a socorrerme, pues en todas mis tentaciones y en todas mis necesidades propongo no dejar de invocarte diciendo y repitiendo: María, María, Madre mía.
Qué consuelo, qué dulzura, qué confianza, qué ternura siente todo mi ser con solo repetir tu nombre y pensar en ti, Madre mía.
Bendigo y doy gracias a Dios que te ha dado para bien nuestro ese nombre tan dulce, tan amable y bello.
Mas no me contento con pronunciar tu bendito nombre, quiero pronunciarlo con amor, quiero que el amor me recuerde que siempre debo acudir a ti, Madre del Perpetuo Socorro. Amén.
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